David Gistau

Merengones

David Gistau

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Las personas dedicadas a la política también tienen sueños. Al menos, las vocacionales. Igual que hay niños que se sueñan levantando la copa de campeón del mundo, habrá políticos que fantaseen con pronunciar frases destinadas a la posteridad. El «Ich bin ein Berliner» de Kennedy, el «Sólo puedo prometer sangre, sudor y lágrimas» de Churchill, el «Alea jacta est» del gran JC.

¿Quién dijo que el PP no era un partido «enrollao»?

Jorge Moragas se convirtió el pasado lunes en uno de esos escasos elegidos que toman un micrófono y pronuncian una frase con la cual cambia la humanidad. En este momento español con tantas incertidumbres, en esta verdadera encrucijada llena de tensión histórica, necesitábamos que un representante del partido que se ha arrogado la defensa de los principios colectivos dijera algo tan cargado de trascendencia y visión de futuro. Las generaciones venideras recordarán el instante en que Jorge Moragas se acercó al micrófono y dijo que, después de mucho deliberar durante una apasionante reunión en la que gente arremangada compartió la visión de su tiempo, se tomó la decisión de que el himno del PP fuera adaptado al merengue. No a la bachata. No a la copla. No al rock duro. No al rock sinfónico. No al pop. No al barroco de cuerda. No al jazz. No al gregoriano de Silos. Al merengue. Díjolo Moragas y después dio paso a los acordes con poca confianza en que estos sonaran, como si recelara de la tecnología o, peor aún, de los técnicos de que dispone para hollar el camino electoral del PP, trabajo digno de Hércules que le ha sido encomendado. «Ahora debería sonar», dijo, como un «crooner» acostumbrado al absentismo de borracho de su pianista. Pero sonó, vaya que si sonó, por lo que Moragas pudo apilar sus papeles y salir del estrado, que no de la historia.

Los mensajes electorales han de ser concisos y reiterativos. Mariano Rajoy tiene la oportunidad de alcanzar una pureza de síntesis como para pasarse la campaña entera diciendo solamente «¡Asssúuucar!» como señal para que Moragas pulse el botón del merengue y una alegría contagiosa saque a los españoles de su depresión haciéndoles mover las caderas. ¿Quién dijo que el PP no era un partido «enrollao»? ¿Quién dijo que no podía competir con los trenecitos nada gambardellianos de Iglesias en su usurpación del Orgullo Gay? Gente bailona, con el ritmo en la sangre, que al sonar un merengue no se retrae con sosería como aquella vez en que a Rajoy le preguntaron si se veía manteniendo la vida amorosa de Sarkozy y Hollande: «No olvide usted que yo soy de Pontevedra». Sí, pero sólo hasta que oye merengue, entonces le sale el cantante de Tropicana, con pololos en las mangas, que salva la patria del comunismo como quien toca las maracas. Esta respuesta es maravillosa, si se trata de competir con la formación en la extrema izquierda de una Boy Band comunista –los New Kids In The Block pasados por Lenin– que, a la manera de los Beliebers de Justin Bieber, ya hace circular el término Garzoners. Y decían que la campaña iba a ser aburrida.

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