Ignacio Ruiz Quintano

Mazagatos

Los votantes se identifican con los «Mazagatos» y corren a confiarles el gobierno y los planes de educación

Ignacio Ruiz-Quintano

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El presidente americano Ford tenía fama de incapaz de hacer dos cosas a la vez (caminar y masticar chicle, por ejemplo). De Rajoy, primer ministro español, sabemos que puede hacer a la vez tres cosas que ni Oppenheimer en el Proyecto Manhattan: ver un partido del Rayo de Paco Jémez, leer un libro y atender a un chinche de la TV, mientras sus rivales se marcan un «Fofó» juvenil en Twitter («Hola hay alguien ahí? soy Pedro Sánchez Castejon. Hoy estreno cuenta») o un «Mazagatos» kantiano en la Universidad.

La actriz Sofía Mazagatos se la buscó un día con las señoras por decir que ella leía a Platón. ¿Qué de Platón? «Las obras completas». Entonces los españoles se hicieron platonistas y, gracias a ello, ahora el culto pueblo español toma a campechanía que, en una Universidad, Rivera llame ¡jurista! a Kant y diga que lo tiene estudiado, pero no leído, y que Pablemos diga que lo tiene leído («Ética de la razón pura», en los apuntes que le pasaría Errejón), pero no estudiado, detalle que compromete a Blesa, que derramó una beca del extinto oso sobre semejante zote.

Como el Estado de Partidos no es un sistema de representación, sino de identificación, los votantes, que tampoco tienen leído ni estudiado a Kant, en seguida se identifican con los «Mazagatos» y corren a confiarles la presidencia del gobierno y los planes de educación.

Y no digo que tal cosa sea… escandalosa. Santayana observó que las tres personas mejor educadas que conoció no fueron nunca al colegio: Bertrand Russell, el poeta Trumbull Stickney («su latín y su griego no eran del tipo chapucero que se aceptaba en Harvard») y el barón Albert von Westenholz, que padecía de obsesiones: el temor al ruido le impedía dormir por miedo a que alguno lo despertara, y, después de estar metido en la cama, bajaba varias veces para cerciorarse de que había cerrado el piano… ¡porque, de lo contrario, podía entrar un ladrón y despertarlo al sentarse a tocarlo!

Como en La Moncloa.

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