Más leña al fuego
Los independentistas se pueden dividir en dos: los que se creen distintos y los que se sienten superiores. En el segundo grupo encaja el sucesor designado por Puigdemont
Hay una parte sobresaliente de los españoles de Cataluña que sufre en silencio el maltrato del nacionalismo. Las banderas en los balcones y ventanas de toda España son un sentido homenaje a todos aquellos defensores de la democracia del 78 que guardan en silencio su aguante y el maltrato frente a un totalitarismo blando, como lo ha definido Iñaki Ezquerra, que cala por la educación y la televisión.
Los independentistas se pueden dividir en dos: los que se creen distintos y los que se sienten superiores. En el segundo grupo encaja el sucesor designado por Puigdemont, que ayer expresó con palabras lo que el brazo en alto y todo lo demás supuso para el continente europeo en la primera mitad del siglo XX. Otra vez aparece el mismo fantasma que nos hiela el corazón de Machado. Quim Torra ha empezado a recorrer el camino hacia ninguna parte, el «más leña al fuego» con el que Inés Arrimadas sintetizó la reaparición de la catástrofe de cuerpo presente.
El discurso de Torra fue un monumento al supremacismo engendrado por un generoso sistema autonómico que ha sido desbordado y superado. Si Torra es elegido máxima autoridad del Estado en Cataluña empezaremos otra vez de cero a contar las horas para que el artículo 155 de la Constitución sea aplicado hasta que la legalidad deje de ser violada por una manada irredenta. Torra pertenece a la élite conservadora de la antigua Convergència, que después de esquilmar el erario público necesita montar una república para fugarse de la Justicia. El carlismo añejo, la España antiliberal, asoma desde el subsuelo de la historia. Cuando los padres fundadores de Cádiz pensaron en la España moderna sabían que el monstruo absolutista tenía varias cabezas. Pero nunca pudieron imaginar que a comienzos del siglo XXI estaría haciendo tanto daño y coleando.