Martín-Miguel Rubio Esteban

Manual del buen conspirador

El eje de la autoridad de los hombres que aspiran a dirigir a los demás debería ser su conducta

Martín-Miguel Rubio Esteban

Hace setenta años José Luis Castillo Puche escribió como réplica a Baroja Memorias íntimas de Aviraneta o Manual del Conspirador. Ser conspirador es casi el principal atributo del ser español. Ya todos nos apellidamos Aviraneta. Con independencia del régimen en que vivamos los españoles, el que más o el que menos, conspira o confabula en la sombra para conseguir el poder o cualquier cargo administrativo medianamente importante. El eje de la autoridad de los hombres que aspiran a dirigir a los demás debería ser su conducta. Por el contrario, conspirar es aspirar a una posición de poder junto a otros adláteres de modo ilegal, y casi siempre criminal. En España si no conspiras no tocas poder. O conspiras o te conspiran. Lo que pasa es que aquí la conspiración a menudo se degrada en conjura de necios que buscan siempre defenestrar la inteligencia y la nobleza, que les bloquean sus mezquinas aspiraciones. Pero no todos poseemos el verdadero arte de conspirar, ni tampoco tiempo para conspirar, porque es preciso que le sobre el tiempo a quien conspira. Yo, que no sé conspirar, he sido víctima a lo largo de mi vida de algunas conspiraciones que terminaron con algunos de mis anhelos más profundos. El año en que Barreda perdió las elecciones ante María Dolores de Cospedal yo me presenté a las oposiciones de Inspector de Educación, y me tocó el tema de la Historia de la Inspección en España, tema del que yo había escrito y trabajado durante muchos años, siendo un pequeño especialista de hecho en la materia. Pero ya los cargos salientes de la Administración socialista se habían repartido el botín con los cargos entrantes de la Administración popular en una amigable conspiración, casi tácita.

Supongo que en estos crímenes se habla muy poco. Hice un recurso de alzada a la Consejería de Educación que no se me contestó, y el asco moral me impidió continuar la batalla jurídica contra aquella putrefacta Administración Educativa de Castilla-la Mancha, a pesar de los ánimos diarios que me daba para ello mi gran amigo Antonio García-Trevijano, quien como abogado se brindaba a apoyarme. Me arrepiento ahora no haberle hecho caso. Al menos hubiera salido fortalecido moralmente. Los hombres sólo se hacen honestos cuando tienen que tratar con otros sobre la base de la igualdad ante la ley y deja de favorecerse el comportamiento de los astutos, taimados y simuladores que tratan de soslayar la ley por el atajo de la conspiración. También he sido víctima de conspiración en listas electorales, pero esto me parece mucho menos grave en cuanto que no atañe a la ética del Estado, ya que los partidos son ante todo y solamente asociaciones privadas. Y aquí la puñalada aleve no transgrede ninguno de los criterios éticos sobre los que se fundamenta un Estado. Conozco muy bien cómo se gestan las conspiraciones. Las he sufrido, como me imagino que también las han sufrido miles de españoles, aquellos que precisamente no saben conspirar. Parafraseando a Burke, todo lo que es necesario para que triunfe la conspiración con su ilegalidad es que los hombres civilizados no hagan nada.

El actual tinglado político de la nación española es un inmenso y frágil castillo de naipes, de suerte que si la Prensa quisiese desvelar sólo un par de confabulaciones cambiaría no ya un ministerio, sino todo el gobierno, aunque éste pusiese toda su fuerza armada para no caer. Pero más que triunfar a través de la conspiración, lo que verdaderamente “le pone” al conspirador es la intriga, la droga más fuerte para el político junto a la del poder. La torpeza y la lealtad, la virtud que aprendí de mi amigo Antonio García-Trevijano, son incompatibles con el oficio del buen conspirar. El alma del conspirador ha de saber ser ambivalente. Su fin es la intriga y el sentido de la intriga puede cambiar, de acuerdo a los horóscopos de la conveniencia o del capricho políticos. Los amores o los afectos permanentes no caben en la vida del conspirador. Un conspirador enamorado está perdido. Se supone que todos los que ostentan el poder lo saben, y, entre ellos, cómo no, Pedro Sánchez. El gran conspirador, por el mero hecho de serlo, es un mitómano, y, en cada momento ignora si anda sobre la tierra o flota entre las nubes de la mitología.

Muchas veces ocurre que si la conspiración tiene éxito no es por mérito de los conspiradores, sino porque sencillamente rematan un acontecimiento que rodaba ya hacia su fin. Un viejo rey puede salir de su país, y quedar convencidos los conspiradores, muchas veces egocéntricos, de que la tal salida se debe a sus actividades conspirativas, cuando en realidad el viejo rey ha sido abandonado por el joven rey, como ocurriese entre Alfonso X y Sancho IV.

Gregorio Marañón sostenía que nunca los conspiradores pueden ser liberales, porque estos viven en la luz. Los conspiradores han engendrado siempre una libertad muy propensa a la escrófula y a los ataques epilépticos. La libertad nacida de una conspiración nunca es la verdadera libertad.Los males de la envidia y del odio, disfrazándose de idealismo humanitario, en muchas ocasiones son la fuente de la conspiración.

En España también se conspira contra los hechos que sucedieron, contra el pasado verdadero o cierto. Es así que el poder de este gobierno socialcomunista llega más allá que el de Dios, porque Dios únicamente fabrica el futuro mientras que este gobierno remodela el pasado.

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