Rosa Belmonte

Un marrón

La sucesión de reprobaciones sin consecuencias no es más que otra muestra de la frivolidad política

Rosa Belmonte

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Reprobar es no aprobar, dar por malo. También la última tendencia asentada de la frívola política nacional y municipal. Ahora le ha tocado a Montoro . Por la amnistía fiscal de 2012 declarada inconstitucional. Son fechas de dar mucho por malo al ministro de Hacienda. Pero, como escribió Esther Tusquets , en «Pequeños delitos abominables», lamentarse en público de pagar impuestos es de mal gusto. Es muy fácil odiar a cualquier ministro de Hacienda, no sólo a Montoro y pececitos. Será el segundo ministro de Rajoy reprobado tras Catalá (en este caso por «obstaculizar» la acción de la Justicia en casos de corrupción). Tendremos o no un Gobierno Frankenstein, pero sí tenemos un parlamento Frankenstein (o novia de Frankenstein) que permite estos juegos reunidos. La reprobación no es más que una forma pública de expresar que no se está de acuerdo con las acciones del reprobado. Una manera de afearle la conducta, de darle una regañina, un tirón de orejas. Para el circo, faltaría que todos los que lo proponen blandieran desde sus escaños un dedo a modo de bastón como Juan Pablo II con Ernesto Cardenal en su visita a Nicaragua diciéndole que tenía que regularizar su situación. Y el otro, de rodillas con la boina en la mano tratando, sin éxito, de besarle el anillo. Pero Montoro ni siquiera estaba en el Congreso.

Magdalena Álvarez fue la primera ministra reprobada de la democracia (por «el caos en las infraestructuras en Cataluña»). Ocurrió en 2007 y en el Senado porque en el Congreso no pudo ser al faltar tres votos. El PP se llevó la moción a la ámara alta, donde sí tenía mayoría. Prosperó. Pero, como ahora, no sirvió para nada. Porque esta figura casi retórica no lleva a dejar el cargo. Es sólo reprimenda. La Constitución lo que regula es la moción de censura. También la última que hemos padecido, esa moción de censura de Famobil. Como de Famobil suelen ser las comisiones de investigación (el chulazo Bárcenas parecía el lunes Indiana Jones pegando un tiro al árabe de la espada).

A Wert, uno de los ministros más odiados de los últimos años, no pudieron reprobarlo, cosa que intentó el PSOE. Misión imposible cuando no se tienen los votos necesarios. Fue el PSOE el que inició esta práctica parlamentaria en 1981 a causa del escándalo del aceite de colza. Superaron la prueba Leopoldo Calvo Sotelo , Sancho Rof, García Añoveros, Juan Antonio García Díez, Lamo de Espinosa e Ignacio Bayón. Rajoy también la superó en 2002 como ministro del Interior. Y en 2009 Carmen Chacón. Asimismo hubo intento fallido con Moratinos, Ledesma, Arias Cañete, Álvarez Cascos, Arias Salgado y otros. Todos son iguales, todos han querido reprobar. Pero ahora hay barra libre y votos. Así, hasta se consigue reprobar al segundo de Zoido, José Antonio Nieto. Es como cuando alunizaron en Lottusse.

La reprobación puede ser tan ridícula como la aprobación. En tiempos de María Antonieta hubo una obsesión por el color caca de delfín, el marrón de los pañales sucios del príncipe Luis José . Sister Parish, la primera decoradora de la Casa Blanca , contaba que cuando nació era tan fea que su madre sentenció: «La vestiremos siempre de marrón, es nuestra única esperanza». Los franceses del XVIII no eran necesariamente feos. Los más snobs se vestían de ese tono para celebrar las deposiciones del delfín. Una manera de demostrar apoyo a la monarquía y, a la vez, lo a la moda que se estaba. La historiadora Carolyn Purnell lo cuenta en «The Sensational Past», un libro tan erudito como entretenido y original. La reprobación no es más que un marrón.

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