Enfoque
Verdades y mentiras
El fin del confinamiento

Cuando lo cotidiano se transforma en extraordinario, y lo extraordinario se prolonga hasta que nos parece que sea lo normal, comienza a ser complicado distinguir la verdad de la mentira, lo real de lo fantástico, y es entonces cuando nos acercamos hasta tal punto de ... confusión que ya no sabemos distinguir si los ocupantes de un estadio son muñecos, fotografías o seres reales, porque entramos en «el momento de los murciélagos con plumas».
Cuenta una leyenda de Oaxaca que el murciélago, al darse cuenta de que carecía de plumas y pasaba mucho frío, fue a visitar a los dioses para que le cubrieran el cuerpo de abrigadoras plumas. Llegó con tanta humildad como frío, y los dioses le explicaron que se les habían terminado las plumas, pero que le daban permiso para que pidiera plumas a las demás aves. Y, con ese permiso, el murciélago se proveyó de los verdes del quetzal, de los rojos y azules del guacamayo, de las blancas y albas plumas del zopilote, de los amarillos del tucán, de los rosados del flamenco y de las esmeraldadas plumas del colibrí. Nunca, sobre la Tierra, hubo un ave con un conjunto de plumas tan irisado y bello como el que exhibía el murciélago. Y era tanta la hermosura de su plumaje que el murciélago, consciente de ello, aleteaba con tanta soberbia delante de las demás aves para demostrar su apabullante superioridad que las aves se quejaron a los dioses de la insoportable soberbia del murciélago, y los dioses decidieron llamar al murciélago. Como todos los soberbios, el murciélago creyó que la entrevista tendría el objetivo de felicitarle por su buen gusto y, al estar frente a los dioses, aleteó con más brío que nunca para que constataran su buen gusto. Pero era tal la fuerza con la que aleteaba que se le fueron cayendo las plumas hasta quedar desnudo. Y bajó de esa guisa a la Tierra, y de nuevo fue a pedir plumas para adornarse al colibrí, al flamenco, al zopilote, al guacamayo…. Pero todas las aves, hartas de su soberbia anterior, le negaron su ayuda, y por eso el murciélago, ahora, solo vuela por las noches, porque tiene vergüenza de carecer de plumas y vaga ciego para no ver su piel desnuda.
En este momento en que ya nada sabemos qué es verdad o es mentira, si el número de los muertos es auténtico o falso, si hay un plan o todo es una improvisación, si es necesaria la mascarilla o no, si a los mayores de setenta años se les puede tratar en el siglo XXI como a judíos en la Alemania de 1940, y, sobre todo, si los que están al mando piensan en nosotros o en sus egoístas intereses, confieso que, si veo un estadio lleno de espectadores de mentira, cuando contemplo a Pedro Sánchez, a Donald Trump, a Boris Johnson, a Andrés Manuel López Obrador y a Bolsonaro -los negacionistas hasta hace unos días del coronavirus- tengo la impresión de estar ante unos murciélagos satisfechos, contentos de poseer el plumaje más vistoso, aleteando sobre miles de ataúdes. Y, algún día, los dioses de las urnas les llamarán a los soberbios, y en los estadios de China, o de cualquier otra parte del mundo, en las gradas se sentarán personas de verdad, una vez superada esta etapa de grandes mentiras.
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