Vidas ejemplares
Singapur con «fish & chips»
Esa es la ruta probable de Inglaterra tras cortar con Europa

El formidable retórico Benjamin Disraeli, único primer ministro judío del Reino Unido, fue la figura política más prominente de la era victoriana. Además siempre encontró tiempo para escribir novelas y ensayos, incluso cuando moraba en el Número 10 (se nota que todavía no existía la ... taquicardia del móvil que todo lo engulle). En una de sus obras, «Sybil, o las dos naciones», Disraeli señala sobre su país: «Hay dos naciones entre las que no existe intercambio ni simpatía, que ignoran mutuamente sus hábitos, sentimientos y manera de pensar, como si viviesen en distintos planetas. Los ricos y los pobres».
Aunque su clase media se ha ensanchado, Inglaterra sigue siendo anómalamente clasista (y me centro en ella porque es la que realmente corta el bacalao, con 56 millones de habitantes frente a 5,4 millones de escoceses y 3,1 de galeses). Pero amén del muro social existe allí otro, el territorial. Inglaterra son dos mundos: Londres, siempre rutilante, con la pujanza de su City y su imán para las artes y la inventiva; y un gran norte abatido, que añora el empleo fabril estable que había legado la Revolución Industrial y donde la integración de los inmigrantes rechina. La demoledora crisis de 2008 incrementó la frustración de los llamados «left-behinders», los que se han quedado atrás. El fenómeno del rencor de quienes se sienten desatendidos frente a los metropolitanos ilustrados se repite por todo Occidente (chalecos amarillos galos, victoria de Trump, la «España vaciada»...). Las megaciudades son imanes globales y captan cada vez más negocio y creatividad. Los jóvenes de provincias se largan a ellas en masa en busca de un futuro. Ocurre también aquí con Madrid, y de manera cada vez más acusada.
El Brexit fue el desahogo nacionalista de la Inglaterra rezagada y cabreada. El lema de los «leavers» era «recuperemos el control» (el mismo de los separatistas catalanes). Es la utopía de que ensimismándose en el terruño se pueden vadear las incertidumbres de la globalización. Un sentimiento bien explotado por la facción más patriotera del Partido Conservador, que convirtió a la burocracia bruselense -ciertamente inflada y paquidérmica- en chivo expiatorio de todos los males de Inglaterra, país que en buena medida vive de rentas y está anticuado. Ahora, con el adiós ya aquí, toca una pregunta. Se la he planteado a varios brexiteros británicos, pero ninguno acertó a responderme: «Dígame una sola cosa tangible, concreta, en la que haya mejorado la vida real de los ingleses con el Brexit». Silencio. O evasivas. Y es que estamos ante un desahogo sentimental nacionalista.
Pero los ingleses, pueblo de gran solera y con más conchas que un galápago, saldrán a flote. ¿Cómo? Mi pronóstico es que Gran Bretaña mutará en una suerte de Singapur con pubs y fish & chips. La salida obvia pasa por convertir la isla en un paraíso fiscal gigante, haciendo dumping tributario a la UE y tratando de atraer el capital global con gangas hacendísticas y una regulación laxa. Londres puede triunfar con ese modelo, sin duda. Pero será una próspera ciudad-Estado en un país bipolar. Las dos naciones de Disraeli se alejarían todavía más y Escocia incluso podría irse de casa.
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