Vidas ejemplares
Buenos y malos
En contra de tantas profecías, creo que la pandemia no cambiará en nada a las personas

De no haber sido español, que es un privilegio, y gallego, que es la mejor forma de ser inglés, me habría gustado nacer italiano. De entre los pueblos atrabiliarios me parece el más formidable, sabio y largo. Apena verlos zarandeados. Me atrae la decadencia perfecta ... de sus monumentos, la música de Monteverdi, Palestrina y Battiato, y su cine, en especial el de los maestros de mediados del siglo pasado. Uno de ellos es Vittorio de Sica, un caballero. También un bala, enganchado al naipe y mujeriego hasta rondar la bigamia (llegó a mantener dos familias en paralelo). Pero De Sica es al tiempo un héroe. En 1944 rodó para Orbis, la productora del Vaticano, «La puerta del cielo». A priori era una película pía de argumento poco prometedor: el viaje en ferrocarril de unos enfermos al santuario milagrero de Loreto. Pero la historia daba igual. El largometraje era solo una tapadera urdida por De Sica y un joven monseñor -el futuro papa Pablo VI- para ocultar a judíos camuflándolos como extras. La película llegó a contar con dos mil figurantes. A pesar de que sufrieron una saca nazi, cuando llegó la liberación habían salvado a un millar de personas. El propio De Sica escondió a una familia judía en su apartamento de Roma. Nunca se dio importancia: «Lo hicieron muchos italianos».
El cineasta ejemplifica cómo se puede ser al tiempo un tarambana y un héroe. Una dicotomía que repitió como actor en «El general Della Rovere», excelente película de Rosellini de 1959, donde encarna a un pícaro que empieza medio de chufla a hacerse pasar por un militar héroe de la resistencia, pero que acaba asumiendo su impostura hasta el punto de aceptar con sobriedad heroica el paredón de la Gestapo.
Las personas somos moralmente muy complicadas. Nada es blanco o negro. En estos días de epidemia, en España aplaudimos -con razón- a los sanitarios. Hay también millones de anónimos, profesionales y voluntarios, que sacan a flote lo mejor del ser humano. Pero también existen cabrones que amenazan a sanitarios que viven en sus edificios («rata contagiosa», le han pintado en su coche a una médico de Barcelona), o que por temor al contagio increpan al vecino que trabaja en un supermercado. Los ensayistas y filósofos más dotados especulan sobre cómo cambiará la humanidad tras la pandemia. Los más optimistas vaticinan que mudará la escala de valores, con nuevas prioridades más razonables que la codicia, el estrés y la angustiosa carencia de tiempo. No comparto tales ilusiones. El ser humano seguirá siendo como Vittorio de Sica y sus personajes: habrá buenos y malos, y algunos serán -o seremos- incluso ambas cosas a un tiempo. No cambiaremos. Arrastrados por la corriente del río de la vida, los grandes propósitos durarán lo que tarden en abrir los bares y las tiendas. Tras el crack de Lehman Brothers, el mundo hizo un ejercicio de contrición contable: no volveríamos a caer en semejantes imprudencias. La realidad es que a finales de 2019 la deuda global ya era mayor que antes del crack de 2008. Asumámoslo: somos un bicho que no aprende.
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