Ignacio Camacho
La lucecita
La permanencia testimonial en despachos donde no hay nada que despachar es un ejercicio de figuración, una impostura
En agosto un político puede hacer dos cosas: irse de vacaciones o quedarse en su puesto simulando que trabaja. Si decide marcharse lo que no tiene sentido es tratar de justificarlo, y menos con argumentos tan pedestres como ése de parecerse a la gente que ha esgrimido Manuela Carmena; primero porque revela innecesaria mala conciencia y después porque el que no lo quiera entender no va a aceptar ninguna explicación. Uno de los mayores errores que ha cometido la clase dirigente frente a la ola antipolítica, y que ha afectado hasta a la Corona, ha sido el de asumir una condición culposa, un complejo remordido que ha entregado como confesión de parte al populismo y a la demagogia.
Los problemas de la política española no se derivan de las vacaciones de los representantes públicos sino de lo que hacen o dejan de hacer cuando están de servicio. El bloqueo del Gobierno, por ejemplo, tiene poco que ver con que la mayoría de los diputados ande por las playas medio camuflada por miedo a despertar iras de chiringuito. Para pactar la investidura se necesitan como mucho una docena de dirigentes sentados en una mesa, incluso la mitad si están bien dispuestos. Es una cuestión de voluntad, no de presencia, porque sin intención de negociar da igual que haya cientos de parlamentarios calentando el escaño. En sentido contrario, la mera permanencia testimonial en despachos donde no hay nada que despachar constituye un ejercicio de figuración, un brindis a la galería. Un resabio posmoderno de la vieja mitología del liderazgo incansable iluminado por la perenne lucecita del Kremlin o del Pardo.
La novedad de este verano la ha aportado Pedro Sánchez al convertir sus vacaciones en un inopinado aspaviento político. El líder socialista se ha largado en pleno lío procurando que se note, para lo cual hasta se ha dejado retratar torso al aire en una revista de colorines, de ésas de antesala de la peluquería o del médico. No se ha sentido obligado a argumentar su ausencia porque el mensaje es la ausencia misma: una declaración de intenciones de que la cosa no va con él, de que se queda deliberadamente al margen. Sánchez parece sufrir un ataque de marianitis en el que está copiando los tics menos recomendables de su adversario: quiere mostrar que él también sabe pudrir los tiempos. Pero de la imitación sale una parodia y con doble filo; muchos ciudadanos sólo ven en sus bronceadas fotos estivales una frivolidad propia de un liderazgo irresponsable.
En realidad lo que sucede es que en este clima de recelo popular los políticos no van a acertar nunca porque al enfocar su ocio como un asunto de ejemplaridad caen en la sobreactuación o en la impostura. El sacrificio estajanovista no es más que un vacío gesto tribunero. Lo que el país necesita de ellos no es que renuncien a unos pocos días de descanso sino que en las jornadas laborables dejen de equivocarse a destajo.