Londres da un paso más hacia el precipicio

El ministro irlandés de Exteriores, Simon Coveney, es quien probablemente mejor ha explicado la situación en la que se encuentran las negociaciones sobre la retirada del Reino Unido de la Unión Europea. Para el jefe de la diplomacia del país más afectado por este desastroso proceso, la actitud de los dirigentes británicos equivale a la de quien en plena negociación intenta intimidar a su interlocutor, diciendo que si no le dan lo que quiere se tira por la ventana. Hasta ahora, y después de más de dos años, el Parlamento británico solo ha sido capaz de determinar qué es lo que no quiere. Todo son opciones contradictorias, por lo que el nuevo viaje a Bruselas de la primera ministra, Theresa May, será completamente en balde si no es capaz de encontrar una posición sólida que sea respaldada después por la Cámara de los Comunes. Pasan los días y la amenaza directa es, en efecto, un Brexit sin acuerdo y desordenado, que sería la opción más desastrosa para todos, pero sobre todo para el Reino Unido.

La UE ha logrado mantener su unidad incluso en estos momentos de confusión, y ningún país ha cedido ante los cantos de sirena de Londres, que ahora intentará buscar acuerdos individuales por separado. Mantener la negativa a renegociar un acuerdo redactado con los negociadores británicos durante casi dos años de trabajo es una posición lógica, teniendo en cuenta que lo que hay que defender es el mercado único, los derechos de los ciudadanos y de las empresas europeas. Naturalmente, un Brexit sin acuerdo provocará una cicatriz que pesará de forma notable en las relaciones futuras. Un divorcio conflictivo es una mala receta para mantener una amistad civilizada, pero no es la UE la que está expulsando a los británicos, sino todo lo contrario.