Gabriel Albiac
Lección de italiano
El artículo que blinda ciertos puntos de esa Constitución (el 168) no se incluye a sí mismo en el blindaje
Allí donde se dice, allí no está. Tal es la clave de lo político: todo ha de suceder en la oscuridad y el silencio; ruido y luz son camuflajes. La política, como la guerra, de la cual es la variedad exquisita, es arte de ficción. Teatro, en el límite. A la manera del que el gran Quevedo dibuja, reescribiendo a Epicteto: "No olvides que es comedia nuestra vida / y teatro de farsa el mundo todo / que muda el aparato por instantes / y que todos en él somos farsantes". La mayor parte de los hombres, por inconsciencia. El político profesional, por arte depurado; esto es, por artificio que aparece como ausencia de artificio, como verdad inmaculada. Sólo así su dominación se hace aceptable.
El referéndum italiano del domingo hablaba en otro sitio. Bien distinto del que decía estar evocando. Que lo supiera o no el desprevenido ciudadano, o que lo sospechara, nada cambia. Se llamaba a votar un cambio en la Constitución. Pero el envite de verdad no estaba allí: el envite era plebiscitar a un jefe político, Renzi, sin paso específicamente codificado como tal por las urnas. La jugada salió mal, porque en todo juego hay un componente de riesgo. Pero, de haber salido como el primer ministro planificara, Matteo Renzi hubiera pasado a ser el primer caudillo legitimado plebiscitariamente en Italia desde Mussolini. Y todas las reglas sobre las que la República se asentó a partir de 1945, laberínticas como corresponde a la sutil política italiana, hubieran saltado en pedazos. Renzi habría consumado así la des-constitución crónica, en la cual vive Italia desde inicio de los años noventa.
¿Podemos extraer consecuencias pro domo nostra? Alguna. Salvando siempre las específicas determinaciones de una sociedad tan hecha a vivir sin monopolio del poder por el Estado como es la italiana.
La primera es muy elemental: que jugar a la reforma constitucional, como birlibirloque tras el cual consolidar el propio mando, es peligroso. También para el que juega. Sabemos que a un político nada le preocupa nuestra ruina, la de los despreciables ciudadanos. Conviene que todos los políticos tomen nota de que esa ruina podría, esta vez, ser en primer lugar la suya. A lo mejor eso los hace ser prudentes.
La segunda. Elemental también; al menos, en puro derecho constitucional: que al referéndum constituyente sólo se va con garantías después de haber soldado un gran pacto de Estado que aúne criterios entre los partidos que administran las mayorías parlamentarias. Cualquier reforma seria de la Constitución española de 1978 exige, como mínimo, un acuerdo de PP y PSOE, al cual, en elemental lógica, sería imprescindible hoy sumar a Ciudadanos. No vale, para eso, un acuerdo transitorio. En las grandes reformas constitucionales se juega el destino de un país a plazo medio y largo. Un paso en falso, sobre tal campo de minas, pondría las condiciones ideales para que el actual populismo diese su definitivo salto. Y pasara a ser, a rostro descubierto, el fascismo que es ahora bajo máscara.
Todo en la Constitución del 78 es reformable. Mediante acuerdo. Todo. Incluido el supuesto blindaje que tanto se exhibe como obstáculo. Se olvida –o se dice que se olvida– asombrosamente que el artículo que blinda ciertos puntos de esa Constitución (el 168) no se incluye a sí mismo en el blindaje. Y que bastan dos votaciones para desblindar lo blindado. No es ni bueno ni malo. Es. Aunque podemos seguir cerrando los ojos. Y avanzar hacia el abismo. Alegremente. Allí donde se dice, allí no.