Ignacio Ruiz Quintano

Landismo

Estamos, pues, donde estábamos: en los 70, cuando ya los landistas llamaban «populismo» a la democracia

Ignacio Ruiz-Quintano

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El landismo es un dandismo español, que es el dandismo en calzoncillos (los calzoncillos blancos de Alfredo Landa en las berreas setenteras de Torremolinos).

El landismo vuelve con fuerza en el renovado odio a Inglaterra por lo del Brexit, esa media lagartijera que lleva puesta la Unión Europea, el casinillo de frau Merkel (quien, por cierto, acaba de pasar el título de «Fracasada» a Mrs. May) donde nosotros, el Sur, somos los camareros, o sea, los más ofendidos con el caballero que apura su copa y se retira. Sólo hay que oírnos.

-Yo siempre he sido camarero -contesta el camarero de «Pasión de los fuertes» cuando Henry Fonda le pregunta si alguna vez estuvo enamorado.

Estamos, pues, donde estábamos: en los 70, cuando se «destoreaba» igual de bien que ahora y cuando ya los landistas llamaban «populismo» a la democracia, y así nadie la quería.

Hoy, son landistas quienes en el país de los plebiscitos sediciosos de Cataluña (el próximo, el 1 de octubre, antiguo Día del Caudillo) afean a los ingleses los referendos democráticos de Escocia y el Brexit. O quienes en el país del 11-M dicen en la barra del bar que los atentados de Londres ocurrieron porque los ingleses no tienen Guardia Civil.

Hay landismo, y abundante, en tirar del fascismo adolescente de Spengler para «dimensionar» el altruismo en el atentado de Londres del «skater» español que perdió la vida. (También al «skate» llega tarde el landismo: en el Madrid de Gallardón, un «skater» tenía casi peor consideración municipal que un asaltante de bancos, y te pasabas la vida pagando multas y hablando a los guardias de las hazañas de Tony Hawk).

¡Landistas spenglerianos tirando de un «skater» para salvar de la disolución a la cristiandad, es decir, a la civilización, en terminología de la ilustración escocesa (la buena) que popularizó la ilustración francesa (la mala)!

Hasta aquí, en palabras de Santayana, la escandalosa degradación a que la inteligencia moderna ha condenado al espíritu.

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