Juan Eslava Galán - La tercera
¿Para qué sirve un rey?
«El Rey sale de palacio después de una calamidad nacional y visita las regiones españolas para llevar la solidaridad de la nación a todos los rincones. Esto va de sentimientos, no de cálculos. El político sea de derechas o de izquierdas no puede evitar acomodar cada gesto al hecho de que tiene un partido detrás que le exige ganar las próximas elecciones para que mantenga en sus cargos y carguillos a la clientela que lo aupó»

Después del confinamiento apetece salir al campo a respirar libertad y a extender la vista por horizontes dilatados. He regresado, después de muchos años, a la sierra de Otíñar, un paraje bastante solitario a pesar de que solo dista unos kilómetros de Jaén. Me he ... sentado, como otras veces, a la sombra de un monumento insólito levantado, en medio de la nada, a Carlos III «padre de sus pueblos», porque trazó aquella carretera para incorporar el «desierto» (como lo llamaban) a la civilización (también lo hizo con las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y con La Carlota de Sevilla).
A la sombra del vitor de Otíñar, que descubrí en mi juventud montañera, me he puesto a considerar la que está cayendo con la de republicanos empeñados en destruir España comenzando por su punto de soldadura más aparente que es la monarquía.
Vaya por delante mi opinión, expresada en algún libro, de que la monarquía es una institución arcaica que presupone la existencia de una estirpe real, cuyos miembros, sin más mérito que el privilegio que les otorga su nacimiento, ocupan la máxima magistratura de la nación.
Viví varios años en Inglaterra y seguí de cerca los avatares de la institución monárquica. Un político inglés de nivel medio, un hombre con lecturas cuya amistad frecuenté porque pertenecíamos al mismo club de bridge, me confesó un día que era republicano de ideas, pero monárquico de corazón. Lo miré con expresión de incredulidad, está claro, porque se vio en la obligación de explicarme la paradoja: a Isabel II no la prepararon para ser reina. La corona le vino de rebote. Como suele ocurrir con la aristocracia británica, su formación dejaba mucho que desear, o por decirlo crudamente, su educación se limitaba -y creo que todavía se limita- a los caballos.
Sin embargo, Isabel comenzó a reinar en 1952 y aún reina. Eso quiere decir que ha recibido puntualmente a nada menos que diecisiete primeros ministros de los dos partidos opuestos y sin embargo complementarios en los que se rige el Reino Unido, como todo país sensato.
Nadie tiene tanta experiencia acumulada como ella. Cuando un ministro le hace las reverencias antes de evacuar consultas, tiene conciencia de que hay alguien por encima de él, con el respaldo de una institución secular, alguien que con un par de preguntas, o de observaciones de mero sentido común, lo va a poner en su sitio y le va a quitar la necia confianza que suelen usar los presidentes de las repúblicas que se sientan en la poltrona después de unas elecciones y se emborrachan de esa droga que es el poder.
El Monarca no tiene que acomodar su discurso ni sus decisiones a las necesidades del partido, la primera de las cuales es ganar las elecciones y mantenerse en el poder, aunque sea perjudicando a la nación. El partido del monarca es la nación misma, España. El Rey ni siquiera vota en las elecciones, por eso puede simpatizar con un político de izquierdas (González) más que con uno de derechas (Aznar) con el que se le supondría más afinidad.
El Rey sale de palacio -así llamamos a su chalet- después de una calamidad nacional y visita las regiones españolas para llevar la solidaridad de la nación a todos los rincones. Esto va de sentimientos, no de cálculos. El político sea de derechas o de izquierdas no puede evitar acomodar cada gesto al hecho de que tiene un partido detrás que le exige ganar las próximas elecciones para que mantenga en sus cargos y carguillos a la clientela que lo aupó.
El Rey no tiene clientela o su clientela es el país entero porque nos representa a todos, una tradición y una continuidad. Sentado esto, podemos plantearnos si sirve de algo la monarquía. Debe de servir porque la mitad de las naciones socialmente más avanzadas del mundo, que son las de Europa, mantienen reyes y dinastías. Será por algo ¿no? A esa reflexión podríamos añadir que la experiencia de las dos Repúblicas que hasta ahora ha disfrutado/padecido España fue catastrófica y tampoco anima mucho al experimento, especialmente cuando tenemos el tejido nacional deshilachado en un montón de inútiles autonomías que tienden a la disgregación de la empresa común España (ya casi Expaña).
Es evidente que la monarquía sirve, aunque el Monarca no siempre sea ejemplar en su deber de representar en su persona las virtudes de trabajo, honradez y fraternidad solidaria en las que se fundamenta la sociedad. Pero incluso en ese caso la institución está por encima de él y queda a salvo. Será un atavismo, pero nos vale. Dada la tendencia disgregadora que parece que nos acompaña a lo largo de la historia, la soldadura de una institución que nos mantenga más o menos unidos y nos sirva de referente común parece útil y conveniente.
Solo una vez he estado cerca del Rey Felipe. Fue en la recepción del Palacio Real cuando le dieron el premio Cervantes a Goytisolo que hizo el feo de presentarse malvestido en tan solemne ocasión para manifestar su desprecio a la institución y a España, pero no a la pasta (por humildad supongo no quiso exhibir esa muestra de coherencia que hubiera sido renunciar al Cervantes y a sus ciento veinticinco mil euros).
Estuve quizá media hora en un corrillo de cuatro personas que rodeaban al Rey Felipe. Hablamos -hablaban quiero decir, porque yo no dije ni mu- de todo lo divino y de lo humano. No quise parecer cortesano y me limité a observar al Monarca. Me ganó para su causa. Encontré un hombre sencillo, de buenos sentimientos -eso es fácil fingirlo-, pero además sensato, enterado de lo que debe saber, prudente y ¿por qué no decirlo? encantador.
Por eso, y por ciertas lecturas y reflexiones que uno va teniendo y haciendo a lo largo de sus años, cada vez entiendo mejor que lo que le interesa a España es tener, como el inglés de marras, una cabeza republicana, aunque sea con presidentes descabezados, pura pose, y un corazón monárquico.
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Juan Eslava Galán es escritor
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