Tribuna abierta
Docencia carcelaria
«Me vienen a la memoria tres o cuatro de aquellos oyentes, muy señalados, que a veces aducían su calidad de 'políticos'. Al salir me detenía con el jefe de taller y me respondía con el delito común que pesaba sobre cada cual. No había ningún 'preso político'»
No puedo decir si es porque he visto en la tele gente encarcelada o porque en este tiempo de primavera ya no encarcelada por nubes y lluvia, afloran recuerdos grises que quieren verdearse y tornarse plácidos; tales son los de una antigua experiencia de alocuciones que hube en ámbito penitenciario. Y fue que a un grupo de universitarios de la Facultad de Filosofía se nos pidió dar conferencia semanal en los famosos Talleres Penitenciarios de Alcalá de Henares. A tantos como talleres, y a mí me tocó el de carpintería/ebanistería, con lo que me hice cuasi elocuente entre virutas y muebles vírgenes ante un grupo de cincuenta o sesenta reclusos incluido alguno que se venía desde el de lo gráfico porque «le gustaba más». Los temas, no obligados, cada cual de los «oradores» los elegía a su aire, aunque siempre con un cariz culturizante.
Bien, pues me dispongo a concretar en vivencias más destacadas de tal experiencia. El susodicho «evadido» desde las linotipias y encuadernaciones me viene una de aquellas benditas tardes, y tras la charla, me obsequia con un ejemplar del 'Romancero gitano' de García Lorca. ¡Por belcebú! que todo Lorca estaba prohibido en aquella dictadura. Y más chocante aún era que dicho ejemplar estaba producido en el taller penitenciario, mas, para camuflar cumplidamente, figuraba como de la Editorial Losada, por cierto, también argentina. ¿De qué manera, en fin, se comerciaba esa tirada del 'romancero penitenciario'? ¿No era sabedora la autoridad suma, el director de los talleres? Ni lo supe, ni más convenía. Lo cierto es que de esa traza, por un encarcelado, obtuve yo por vez primera tales romances.
Me vienen a la memoria, en segundo lugar, tres o cuatro de aquellos oyentes, muy señalados, entre tantos otros que a veces aducían su calidad de 'políticos'. «Mire -me decían- yo estoy aquí por mis ideas, yo soy un preso político». Y, claro, al salir me detenía con el jefe de taller o sección, preguntándole por cada uno de los tales, respondiéndome con el delito común que pesaba sobre cada cual, sin que allí hubiera ni un solo preso político.
Pero, volvamos a esos que decía yo 'muy señalados'. He de recordar por ellos al superministro del Ejército Muñoz Grandes que lideró la famosa División Azul: aficionado era del Real Madrid, y se le veía con gorrilla en las gradas del entonces Chamartín. Pero más aficionado era aún a la rígida y tajante disciplina militar, y por ello, allí estaban en los talleres, bien condenados, un comandante y no recuerdo bien si capitán y teniente los otros. Habían 'almacenado' corruptamente de su destino en Intendencia. El comandante, entrado en años, todo provecto, severo en el atuendo, me decía: «Ya ve usted, con lo devoto que yo soy del Sagrado Corazón de Jesús».
Y ahora recuerdo, grandote, corpulento, me viene al acabar un día, el que aparentaba «de más peligro», según la jerga de ellos. También trayendo a la memoria que, como cuita o desazón de todos los casados detenidos en aquel régimen, era la posible infidelidad de ella 'afuera'. Los dedos se les hacían huéspedes al contar las fechas que mediaban hasta la próxima visita ¿y niños?. Mas lo cierto es que aquel hombrón que digo, va y saca una más bien larga navaja ¿la faca? de Albacete permitida, la abre, me señala con toda la hoja tersa y afilada diciéndome: «Mire usted, si me entero de que la mía me engaña, ya mismo salir de aquí, esta mesma se la meto en sus partes y la rajo hasta arriba».
Ah, pero más recuerdo, a uno sin celos casi cincuentañero. Me interpela para contarme bien sus antiguos andares y delito, mas, sobre todo, para enseñarme una foto tamaño tal que naipe un tanto manoseada pero clara, en la que aparecía él cogiendo de la mano a su hijillo de cinco o seis años. Acaso nunca en mi longa vida he tenido una mirada más enternecida que la que puse en aquella parva y modesta foto. El padre me añadía cómo todo su dolor era estar separado de su hijito, no tanto por la esposa que la creía fiel. Pero a mí, tal vez fatalista o melodramático, aquel encuentro me valió para componer improvisado romance que, reescribiéndolo con somero recuerdo, puedo adjuntar pero sin que deba ser muy fiel al original.
En fin, mucha literatura existe sobre presos y prisiones, y narro lo a mí sucedido; aquella comprobación de la libertad perdida, esa que tanto se proclama en clave política. Y no sé, no, si abundaba yo en 'sustancia liberal'…, pero es el caso que en aquel ámbito pronto les dije a mis oyentes que no se sintieran obligados a escucharme, si alguno quería retirarse al flanco final, sordo a mi parlamento, sentado, sin más. ¡A qué hora fui a decirlo! Al día siguiente, por parte de la organización nuestra y no sé si en origen, de la propia informada autoridad penitenciaria, me vino una buena reprimenda: que allí todo el mundo estaba sometido a disciplina sin excepción, etcétera. Ah libertad, libertad, cuando de niño mi cumplido abuelo, Zacatín arriba, esquivando el tiroteo republicano, corría para liquidar a Hacienda todos los décimos no vendidos…, cuando en su gramófono de manivela ponía el disco pizarra de 'La calesera', y sonaba el intenso himno a la libertad…
Recuerdos son. Y termino ya mediante lo acaecido en la pensada despedida que hice a tales 'discípulos' con la última alocución, al ser improbable mi vuelta en el curso siguiente. Como último capítulo o asunto especial, consideré oportuno dar cierto tono trascendental, en optimismo y esperanza, trascendiendo los tiempos de cárcel hacia lo alto, tal vez hacia Dios… Más o menos literalmente, creo que les dije, concluyendo: «Hacia ese Dios en el que creo y por el que en definitiva vengo desinteresado a decirles lo que tanto…» Interrumpe uno, mano alzada, y me asevera todo él firme, «Pues preferiríamos que lo hiciera por nosotros mismos y no por Dios».