Tribuna abierta
La luz en la noche cerrada
Los misioneros que nos encontramos en Haití seguimos trabajando con la misma prudencia y ‘miedo’ de quienes salen cada día a buscarse el pan
En Haití llevamos meses viviendo en pura zozobra, remando en una tremenda incertidumbre política y social, en un país con un presidente aferrado al poder. La corrupción se encuentra instalada de tal manera que un sistema de bandas criminales campa a sus anchas por el país, extorsionando a la población y engendrando un miedo que desgasta. La posesión de armas por parte de estos cerca de setenta grupos es algo que parece imposible de frenar. Su poder es completo.
A principios de 2021, a las manifestaciones y calles bloqueadas con neumáticos incendiados, se añadieron los ‘secuestros exprés’ a personas de cualquier condición. Tras estos secuestros se exige un dinero exorbitante a cambio de la liberación. Y si el dinero no se entrega, el pago es la muerte. Así es. El 7 de febrero de este año se esperaban elecciones. Pero un artículo de la Constitución, interpretado de diferentes maneras según quien lo leyera, provocó que Jovenel Moïse se aferrara aún más al sillón presidencial. El levantamiento popular fue absoluto. Ya no se trataba de interpretar nada, ni de evaluar si jurídicamente pudiera tener razón. Se trataba de mirar a un pueblo que ya no puede más, que necesita que sus gobernantes inviertan el dinero donde deben, que los jóvenes puedan acceder a un trabajo digno, que los niños vayan a la escuela... que haya comida en la mesa. Numerosas instituciones, también la Iglesia, publicaron cartas exigiendo la salida del presidente y la convocatoria de elecciones. La respuesta, sacar los carnavales de Puerto Príncipe y buscar esa ‘alegría popular’ que olvida los desaciertos. Y el presidente se dio un baño de masas en una algarabía que duró una semana.
Hasta que el 11 de abril la banda ‘400 mawozo’ secuestró a cinco sacerdotes, a dos religiosas y a tres familiares de uno de los secuestrados. Un millón de dólares fue el precio fijado para su liberación. El miércoles siguiente mataron a una profesora del colegio de los hermanos del Sagrado Corazón. El Jueves Santo secuestraron a un pastor de una Iglesia adventista y a tres acólitos en una celebración que en ese momento se emitía por Facebook y retransmitía, con toda su crudeza, el propio secuestro. Todos lo pudimos ver. Esto provocó que nuestra Iglesia hiciera un llamamiento a todas las instituciones católicas para cerrar el 15 de abril y unirnos a la misa que se celebraría a las 12 horas en todas las parroquias de Puerto Príncipe. El apoyo fue unánime, y hubo emoción contenida en esa celebración. Un pueblo que gritaba «nou bouke» (¡no podemos más!) invadía toda la ciudad.
Y el viernes volvimos al trabajo. Como tantos días antes y después de cada suceso... Las familias tienen miedo, sí, pero no hay parálisis. Una fuerza que surge del fondo es lo que vive el pueblo haitiano y quienes compartimos sus esperanzas y sus luchas. Nuestra labor continúa, desde cada pequeña parroquia, y con el aliento de organizaciones internacionales como Manos Unidas. Y, por muy inverosímil que parezca, la vida renace con más fuerza cuanto más necesitados estamos de regalar una ternura que sane tanta violencia.
Los misioneros que nos encontramos aquí, como todos aquellos con los que compartimos proyectos, seguimos saliendo, trabajando, con la misma prudencia y el mismo ‘miedo’ de quienes salen cada día a buscarse el pan. Pero no dejamos que este miedo sea protagonista de nuestra vida. Hemos aprendido mucho de los haitianos. Aunque ‘el mar se encuentra encrespado y la noche está cerrada’, estamos seguros de que amanecerá. Este pueblo lo merece. Su resiliencia y su fuerza incansable nos anima.
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Josela Gil Navarro es religiosa de Jesús-María y misionera en Haití