Enfoque
Valor y esperanza
El Rey vindica el espíritu constitucional

En ocasiones la crisis de una sociedad es tan profunda, y provoca tal opacidad, que hace necesaria una voz y una figura que encarnen aquello que trenza el tapiz de la vida común. Experiencias elementales, decantadas por la sabiduría transmitida de generación en generación, que ... de pronto han perdido su brillo o han enmudecido. Eso es lo que ha resonado en el discurso del Rey Felipe VI durante la entrega de los Premios Princesa de Asturias de este año. Una invitación a ese «amoroso batallar» del que hablaba la bióloga argentina Sandra Myrna cuando recibió su premio en la pasada edición.
¿De qué manantial puede brotar la fuerza para esa hermosa tarea? Don Felipe ha hablado del corazón de un país que en los peores momentos debe mantenerse unido en torno a su patrimonio más profundo. Ha hablado del valor del abrazo, de un afecto que hemos cultivado a lo largo del tiempo atravesando nuestras legítimas diferencias, un afecto, ha dicho el Rey, que nos da la vida. Y no es mera poesía. Es quizás ese afecto profundo el que está en juego por la irresponsabilidad de unos, la desidia y la desmemoria de otros.
La vida común se construye desde el compromiso con el bien y la justicia, desde la defensa de la dignidad de cada persona, y con el cemento de una amistad cívica que marca la diferencia entre una nación y una mera agregación de individuos, entre un pueblo y una serie de intereses en permanente bronca. Los sanitarios que recibieron ayer el Premio Princesa de Asturias a la Concordia dibujan ese horizonte que marcó con voz emocionada nuestro Rey. Necesitamos valor y esperanza, y sólo los encontraremos mirando con sincera limpieza a lo mejor de nuestra historia personal y colectiva. En esa historia brilla con claridad la gran empresa de la reconciliación que fraguó en la Constitución de 1978. Grave es la responsabilidad de los líderes de esta hora, pero no olvidemos que este es, «quizás más que nunca, un tiempo de todos y de cada uno de nosotros», como recordaba Don Felipe al concluir su discurso.
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