Tribuna Abierta

El principal recurso de un país

La LOMLOE indica en su preámbulo que «…una buena educación es la mayor riqueza y el principal recurso de un país»

Jorge Sainz

La LOMLOE indica en su preámbulo que «…una buena educación es la mayor riqueza y el principal recurso de un país». El legislador utiliza un concepto que se ha repetido a lo largo la historia. Federico I Barbarroja, en su Habita, o Alfonso X el Sabio, en las Partidas, recogen el papel creador de riqueza de la educación y la necesidad de protegerla y fomentarla. Adam Smith acuñó en La Riqueza de las Naciones el término «capital humano» como forma de medir esa capacidad de desarrollar tareas a través del aprendizaje. En los años 80 del siglo pasado Robert Solow formalizó teórica y empíricamente la aportación del capital humano al bienestar de la sociedad a través de los modelos de crecimiento endógeno, dando lugar a una literatura que vinculó indisolublemente el proceso formativo y el avance tecnológico.

La revista Nature publicó en abril de este año el análisis de los profesores Angrist, Djankov, Goldberg, y Patrinos sobre los niveles de aprendizaje en el 98% de la población mundial desde comienzo de siglo al año 2017. Varias ideas interesantes se desprenden de su investigación. La primera es que hay una relación directa entre aprendizaje y crecimiento económico. Esa correlación explica las diferencias de bienestar entre países, especialmente entre los más desarrollados. Por otro lado, resaltan la discrepancia existente entre escolarización y educación, y la heterogeneidad de dicha relación. No hay dos países con los mismos años de docencia reglada donde, en media, sus estudiantes aprendan por igual. Así, por ejemplo, sus resultados muestran que países como España, Italia o Portugal experimentaron aprendizajes, es decir capacidades de realizar tareas, menores que otros países de nuestro entorno.

Estos resultados tienen una aplicación práctica en la dicotomía entre lo que los profesores Rodrik y Sabel llaman «los buenos trabajos» y la denominada «gig economy» traducida libremente como economía del freelance o de las chapuzas, donde los trabajadores no tienen estabilidad laboral y se mueven de un empleo de baja o media cualificación a otro similar.

El mercado laboral español quizá sea el epítome de esa dualidad. Los empleados de un sector público sobredimensionado por la misma construcción de nuestras instituciones y los que tienen estabilidad laboral en sus empresas por la estructura regulatoria del mercado, miran con tranquilidad a los que no han conseguido esa permanencia. Las razones son múltiples; porque no tienen las competencias que demanda el mercado, porque se han descolgado del círculo virtuoso del empleo en alguna de las últimas dos crisis o porque, como en el caso de los más jóvenes, ni han entrado ni ven posible ese debut por la pandemia, una legislación que no les favorece o, de nuevo, porque ofrecen unas habilidades que no son las que el sector productivo demanda.

Esta situación se va a agravar. Junto a los profesores Ballestar y Sanz de la URJC y García-Lázaro, de la Universidad de Bath he analizado en el Journal of Business Research el impacto de la robotización en la ocupación en el sector industrial español. Nuestros resultados señalan que, efectivamente, las cualificaciones son determinantes para el empleo en una economía cada vez más digitalizada. Sólo aquellos que tengan las competencias necesarias tendrán un «buen trabajo», es decir, formarán parte activa de una menguante clase media, podrán realizarse laboralmente y contribuir al bienestar de la sociedad.

Rodrik y Sabel plantean como solución tres recomendaciones. La primera conlleva la mejora de la cualificación y, por lo tanto, de la productividad de los puestos de trabajo existentes. Los fondos europeos debían ser la palanca que sirviese para esa mejora tecnológica y competitiva del sector productivo. En segundo lugar, se debe fomentar la creación, con apoyo público cuando sea necesario, de empresas en general, y de base tecnológica en particular, así como la ampliación y el desarrollo de las existentes. Por último, como piedra angular, la formación del capital humano para las necesidades del mercado, especialmente en los grupos más expuestos. Las políticas redistributivas en este marco son complementarias, pero nunca sustitutivas, de la creación de conocimiento y, por lo tanto, de riqueza.

La LOMLOE reconoce el papel de la educación como el principal recurso de España. Supongo que la LOSU, la ley de universidades de Castells, se declarará en términos parecidos. La pregunta es sí, más allá de las declaraciones de principios, la nueva norma va a facilitar a nuestros jóvenes sean el capital humano que nuestra sociedad y su bienestar necesita.

Los recientemente presentados currículos reducen los contenidos disciplinares con el objetivo de que se estudien con más profundidad. Es una tendencia generalizada en muchos países de nuestro entorno. Sin embargo, en esos países no aparece tanto ruido de saberes accesorios que los profesores tienen incluir en sus materias. Se corre el peligro, como señalaba el artículo de Nature, de tener muchas clases y poco aprendizaje, de encontrarnos a jóvenes egresados, con su flamante título, pero faltos de contenidos, faltos de profundidad y, por lo tanto, faltos de competencias. Además, los fondos europeos que se han repartido hasta ahora, por lo menos en el ámbito universitario, se han distribuido bajo la premisa del hay que ejecutar como sea, sin convocatoria competitiva, y bajo el sistema favorito de los faltos de imaginación: el café para todos.

Un famoso político conservador español del siglo XIX acusó a la izquierda de su tiempo de centrarse en el populismo y dejarles a ellos la resolución de problemas. Quiero creer que unos y otros desean resolver los problemas de España, aunque es cierto que, en educación, nuestra ración de populismo ya la tenemos servida.

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