Enfoque
Hasta aquí llegó el agua
El brote de Lérida, descontrolado

Algo purificador tendrá el agua cuando la bendicen, y algo tendrá el nacionalismo que representa Quim Torra para que los presidentes de Galicia y el País Vasco se pusieran de acuerdo para evitarlo como a la peste en una campaña electoral en la que incluso ... antes de que asomara el Covid-19 nunca quisieron contagios. Cogobernanza, la justa; en vertical y por decreto. Antes que distancia social hubo distancia política, y en eso Torra es un portento y un modelo, salvo para Pedro Sánchez, al que no se le pega nada bueno.
El presidente catalán se moja y purifica en un baño de concienciación contra la esclerosis múltiple, una ducha tan bienintencionada como estériles son todos los gestos y aspavientos que conforman el repertorio de esa simbología a la que recurre el nacionalismo para ignorar la realidad y calarse hasta los huesos de inoportunidad, folclore y delirio. La secuencia epidémica de Lérida -con doscientos nuevos casos del Covid-19 en veinticuatro horas y una vuelta al encierro más severo- coge a Torra bañándose por otra enfermedad, igualmente terrible, pero indiciaria de un error de diagnóstico y de un desorden de las prioridades políticas, dos de los males que aquejan al nacionalismo y que pervierten ese «Estado compuesto» que desde que se quedó sin mando único pregona Pedro Sánchez, inmune a lo que le echen.
Visto con perspectiva, ahora desde Lérida, aquel pionero confinamiento de Igualada no fue a mediados de marzo una simple medida de control o previsión, sino la sobreactuación de un autogobierno que desde el primer momento buscó protagonismo y hechos diferenciales. Torra y los suyos se mofaron de los muertos de Madrid, ordenaron al Ejército que prescindiera del verde militar en sus hospitales de campaña, se hicieron las víctimas en la prensa británica, calificaron el estado de alarma de «otro 155 encubierto» y no se cansaron de exigir su derecho a decidir y a confinar, con un lazo amarillo y un cordón sanitario. Cada fin de semana, Quim Torra participaba en la tertulia televisiva de Sánchez, el de los anticuerpos, y luego se ponía a cantar a gritos y desafinado, como el que se pega una ducha, lo de María Cristina nos quiere cogobernar.
El problema que tenemos con Torra es que lo que sucede en Lérida no se queda en Lérida, como tampoco lo que ocurría en la Diagonal cada 11 de septiembre era una simple fiesta local. El Estado compuesto que desarma Sánchez tiene en Torra un modelo, para los propios catalanes, primeras víctimas de los rastreadores de su consultorio político, y para el resto de una España -«Antes infectada que rota», dejó escrito Puigdemont cuando el estado de alarma- a la que no dejan de salpicar sus duchas simbólicas. Incluso Feijóo y Urkullu, estadistas de la composición, supieron taparse.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete