Tribuna abierta

Brexit, Johnson y el resto de Britannia

No era fácil suturar las heridas después de más de cuatro décadas de convivencia y en gran parte se ha conseguido

AFP

Javier Rupérez

Si alguna felicitación cabe en este desgraciado asuntos del Brexit hay que dirigirse calurosamente a todos los que en la Unión Europea, desde la presidenta de la Comisión hasta el último de los negociadores, han conseguido hilvanar en un trabajo talmúdico un texto de acuerdo que evita el peor de los supuestos: el abandono británico de la confederación europea sin unas normas de comportamiento que zurcieran los peligros de un brutal y directo enfrentamiento. Al fin y al cabo no era fácil suturar las heridas después de más de cuatro décadas de convivencia y ello en gran parte se ha conseguido.

Dirá Boris Johnson, en realidad ya lo va diciendo, que el acuerdo constituye un éxito para las políticas nacionalistas y antieuropeas que él, y otros de la misma cuerda post imperial, vienen predicando desde hace años, y las primeras noticias que tenemos de la maraña de disposiciones que el acuerdo encierra nos dicen justamente lo contrario: no solo la UE sobrevive íntegra al encontronazo que el soberanismo británico viene desde siempre plantando contra la unificación europea sino que además la orgullosa Britannia del “Rule” ha debido inclinar su cerviz ante la evidencia de los datos, las cifras y las realidades: seguirá siendo Londres el que deba cumplir en sus políticas con las normas, comportamientos y orientaciones que los 27 han pactado para el futuro de sus relaciones con el Reino Unido. O más bien con lo que de él quede. Ya sabemos que Irlanda del Norte continuará siendo a todos los efectos un territorio comunitario, que Escocia, decidida partidaria de la permanencia en la UE, recupera la propuesta del referéndum para abandonar la estructura estatal que no se lo permite y que incluso Gibraltar, si las habilidades de los negociadores españoles están a la altura de las circunstancias, quedará consagrado como un islote bruselense a cargo de las autoridades comunitarias que España representa. En realidad pocos, si alguno, entre los responsables políticos británicos se podrán comparar a Johnson por la medida de su fracaso. No es ya sólo la disolución del Imperio, hoy reducido a una evanescente Commonwealth, sino la misma del otrora orgulloso territorio insular.

El Brexit, más allá de los insospechados laberintos que va a introducir en el funcionamiento interior y exterior del país, partía de una necesidad, la desaparición de la UE, y una consecuencia lateral, la muestra del camino por el que los descontentos pudieran abandonar el conjunto. Creyó contar para ello con el beneplácito providencial de Donald Trump, del que Johnson quiso encarnar el alter ego, en sus reclamaciones del sajonismo neo aislacionista. Pero incluso bajo el mandato del ya saliente ejecutivo, los americanos supieron hacer las cuentas y averiguar que el futuro del negocio no se encontraba en Londres con una City encogida sino con el conjunto continental, que a pesar de los pesares contenía y sigue conteniendo una parte sustancial de las relaciones exteriores de Washington. No saben todavía los británicos lo arduo que resultará acostumbrarse a las nuevas reglas de comportamiento en la gran mayoría de los terrenos de su existencia, desde la reaparición de las aduanas hasta las nuevas condiciones para las transacciones financieras. Pero lo que ya saben es que nadie en la Unión ha decidido seguir su ejemplo. Su mal ejemplo.

Y es que el Brexit puede y debe ser además el respiro de alivio de todos aquellos que pensaron en los beneficios políticos, sociales, económicos y estructurales de una Europa Unida. Algo asi como «hasta aquí hemos llegado» de exigencias, desplantes, quejas, imposiciones y malas maneras de los que siempre creyeron dominar el mundo y hoy son apenas apéndices de una política sin rumbo ni gloria. Eso sí, siempre expuesta con el mejor acento del «Queen´s English», ese que sirve para epatar al americano de Iowa o al españolito de Cuenca.

Es difícil imaginar que el Brexit tenga vuelta de hoja, pero si la hubiera los términos de sus recolocación serán radicalmente diferentes de los que hasta ahora los europeos continentales han tenido que soportar de sus convecinos en el Canal de la Mancha. Porque, mal que le pese a Johnson, a sus acaloradas huestes, a los nacionalistas que en el mundo son y a los tiernos anglófilos que todavía en muchas partes del mundo subsisten, «Britannia does not rule the world any longer». Ya lo decían los latinos: «Sic transit gloria londinensis».

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación