Testimonios del coronavirus
Carta de un médico español radicado en Nueva Zelanda: «El coronavirus nos pilló en plena operación retorno»
«Un respeto inculcado al ciudadano ante la ley, un concienzudo cumplimiento del deber y el estoicismo como forma ideal de vida han resultado tan determinantes en el "suceso kiwi", como su remota ubicación geográfica insular»
Soy un médico madrileño radicado junto a mi familia en Nueva Zelanda. Aunque neurólogo, no formo parte de ninguna fuga de cerebros, solamente me dedico a atender a los pacientes lo mejor que sé. El coronavirus nos pilló en plena operación retorno tras quince años emigrados y una tentativa previa de repatriación frustrada por la crisis económica. Y vaya por delante lo anecdótico y tangencial de este fórum de expatriados dentro del contexto de una pandemia que lamentablemente sigue cobrándose muertes a diario en el mundo.
Nueva Zelanda (Aotearoa) es un bonito país cuya cara más amable encarna hoy su primera ministra, Jacinda Ardern. El reconocimiento de la OMS a su exitosa respuesta, temprana y contundente, frente al Covid refleja su eficaz liderazgo hasta la fecha.
Un respeto inculcado al ciudadano ante la ley, un concienzudo cumplimiento del deber y el estoicismo como forma ideal de vida incrustado en la sociedad, han resultado tan determinantes en el "suceso kiwi" como su remota ubicación geográfica insular.
Y al igual que los romanos invocaban a los dioses de la medicina en épocas de grandes epidemias, según dejan constancia los denarios, áureos imperiales y los testimonios de Galeno de Pérgamo y de su estoico emperador/paciente Marco Aurelio, gracias a su gestión política, social y humanitaria Jacinda se ha investido en resiliente emperadora y erigido como nueva diosa de la Salud a veinte mil kilómetros y dos mil años de distancia de la pandemia Antonina.
Pero no es oro todo lo que reluce en estos confines del Pacífico Sur, como tampoco era el yelmo de Mambrino la vacía de cirujano que don Quijote vislumbró. Pues más allá del idílico, paradisíaco albergue turístico proclamado a los cuatro vientos desde fuera y desde adentro, el país de la larga nube blanca no adolece de matices, rémoras ni nubarrones.
Una inclinación previa al distanciamiento social, allende preceptivos convencionalismos, una educación enterradora de las emociones y la ojeriza al quejumbroso (el derecho a discrepar abiertamente es un lícito ejercicio tan hispano como el yoga ibérico de Cela, o sea, la siesta, además de un saludable desahogo denostado y moralmente prohibido en el decoroso ámbito anglosajón). Una precariedad sanitaria encubierta , más propia de un segundo mundo maquillado por las estadísticas, con una exigua proporción de médicos por habitante o la escasez de recursos tales como contadísimos respiradores disponibles por cabeza , una endémica prevalencia de enfermedades mentales rubricadas por un sobrecogedor índice de suicidios, constituyen una suerte de escombrera enmoquetada convenientemente para el ignorante o resignado usuario.
Lo dice uno medio kiwi por vía filial que dispone de un barómetro infalible como es la experiencia en la consulta como médico y paciente. Emigrado de largo recorrido, hijo adoptivo (o adaptativo) de nuestras antípodas, el ojo crítico adquirido indefectiblemente en estos años no está exento de agradecimiento hacia la patria de acogida en una concertada relación de simbiosis, junto a la distante perspectiva de apreciar mejor las virtudes patrias , donde somos tan propensos a apedrear el propio tejado.
Como en los partidos de fútbol actuales, donde apenas se distingue al que juega en casa del foráneo, extranjeros en origen y destino y un raro equilibrio humoral mestizo entre bilioso del mediterráneo y flemático norteño, los expatriados crónicos somos un cruce entre ave migratoria surcando los vientos y ballena varada en la arena .
Los médicos somos al fin unos privilegiados trabajando en un campo en el que no es difícil encontrar salidas ni tener coraje, pero el paciente impulso de volver a los orígenes tiende a agudizarse en estas circunstancias. Con el espacio aéreo cerrado a un hipotético retorno, la distancia adquiere hoy dimensiones lunares con un virus ante el cual solo cabe responder armándose de quijotesco estoicismo, paz y ciencia.
* Iván Iniesta López es médico y vive en Palmerston North, Nueva Zelanda.
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