EDITORIAL ABC
Irán y la guerra subterránea
La diferencia entre la paz y la guerra no es irrelevante. Lo que sucede después de que un dirigente ordene un ataque militar puede ser imprevisible, pero siempre genera una destrucción devastadora. No es algo que pueda ser tomado a la ligera. Sin embargo, hay otras maneras de provocar devastación y muerte que no pasan por una declaración formal o un ataque armado en el sentido clásico. Algunos países -y el régimen de los ayatolás es uno de ellos- se dedican a mover peones y a provocar o agravar situaciones de conflicto en toda su área de influencia, con la esperanza de obtener beneficios sin tener que sacrificar sus propias posiciones ni medir sus consecuencias políticas, ya que una dictadura no necesita rendir cuentas a sus ciudadanos.
De algún modo, y desde hace tres décadas, Irán está en guerra con una parte de sus vecinos y con el mundo libre en general, lo que incluye especialmente a Estados Unidos. Los modos del presidente Donald Trump puede que no sean los más habituales a la hora de afrontar esta situación, pero tampoco pueden cambiar el hecho de que la dictadura teocrática de Teherán no tiene más objetivo que ser la potencia dominante en la región y lograr una influencia decisiva en el mundo, siempre aliado con otros regímenes totalitarios.
Tanto Trump como los ayatolás iraníes deben tener en cuenta los riesgos que conlleva jugar con armas cargadas o con petroleros llenos de crudo. Una guerra total sería tan fácil de ganar para Estados Unidos como en su día lo fue la invasión de Irak, pero sin duda las consecuencias no serían mejores, y la cifra de 140 civiles muertos que supuestamente horrorizó a Trump sería una brizna en la contabilidad de la destrucción humana y material que conllevaría.