Inteligencia orgánica
Un partido que elige a su líder en competencia interna no es un partido enfrentado ni dividido sino libre y vivo
El peor mensaje que puede emitir el PP a la sociedad española y a sus votantes es el de elegir al sucesor de Rajoy en un congreso con un solo candidato. También sería un flaco favor para el propio aspirante, sea quien sea, porque la cooptación supondría una limitación inicial al ejercicio independiente de su liderazgo. El futuro jefe del partido no puede llegar sometido a intereses sindicados, ni a deudas de favores, ni a nada que le ate las manos; tiene que entrar por su esfuerzo y sin deberle a nadie el cargo. Porque su primera misión será la de escoger un equipo dirigente a su medida, capaz de emitir un mensaje renovado, lo que le resultará imposible si de entrada debe atenerse a un sistema de cuotas de reparto. Un puesto de esa responsabilidad no se regala, ni se comparte, ni se concede: hay que ganárselo. Y eso, en política, sólo se logra votando.
Una votación entre afiliados, por primarias o por cualquier otro sistema, no tiene por qué suponer una fractura de la unidad interna. Esa idea implica una desconfianza esencial en la madurez de los militantes, a los que se supone incapaces de pensar por su cuenta. Por el contrario, la elección entre dos o más candidaturas otorga al vencedor una legitimidad directa, le da un impulso ante el conjunto del electorado y lo faculta para desempeñar su autoridad investido de plena independencia. Ese modo de autogobernarse, sin miedo a la autonomía de criterio y a la leal concurrencia, es una de las asignaturas pendientes de la derecha, y la necesidad de organizar el posmarianismo constituye una oportunidad óptima para resolverla. El líder que venga debe contrastarse con otro polo de referencia, y el mismo partido tiene que exigirse a sí mismo una inteligencia orgánica y una fortaleza suficientes para decidir su futuro sin hipotecas.
Votar entre más de una opción es necesario para implicar a los miembros de la organización en circunstancias de gran delicadeza que requieren de un especial sentido del compromiso. Y para alejar la sombra de un dedazo subrepticio, que es lo último que conviene al PP si pretende darse un impulso refundacional en un momento crítico. Un partido que vota a su principal dirigente bajo reglas de competencia no es un partido enfrentado ni dividido: es un partido libre, despierto, vivo.
Rajoy no deja como herencia una derrota electoral sino un grupo parlamentario que aventaja al del Gobierno en más de cincuenta escaños. Por doloroso que haya sido el desalojo del poder, no es un mal equipaje para que escaseen los pretendientes a cargarlo. Hay que cambiar el proyecto, el discurso y las personas, a ser posible sin equivocarse de adversarios, pero ésa es la clase de retos que debería motivar a cualquier político cualificado. Es hora de que la formación que ha representado una mayoría social se atreva a dar el paso de ofrecer a los españoles un modelo funcional contemporáneo.