Insultar es una opinión
Los insultos no tendrían que ser delito. Es cursi, totalitario y absurdo
La justicia belga no va a extraditar al rapero Valtònyc porque lo que es delito en España no lo es en Bélgica. Mal por la justicia belga, que no debería entrar a valorar lo que le pida la justicia española sino simplemente concederlo. Si Europa es algo, es precisamente esto.
Pero puestos a entrar en el debate de fondo, los insultos no tendrían que ser delito. Es cursi, totalitario y absurdo . Los falsos testimonios tienen que castigarse porque no se puede decir de alguien que ha hecho lo que no ha hecho.
Los insultos son opiniones. Incluso desearle la muerte a alguien es una opinión. Opiniones groseras, opiniones de mal gusto u opiniones pertinentes. Eso ha de valorarlo el autor y en su caso, el medio en el que va a publicarlo. También así definimos nuestra credibilidad, nuestro prestigio y el tipo de público que tendremos, si es que tendremos alguno.
Los insultos no pueden ser delitos. Es cursi porque la afectación de la corrección política choca demasiadas veces con la inteligencia, y los únicos límites de la literatura tendrían que ser los límites de la inteligencia. Tampoco esto, por supuesto, tendría que arbitrarlo un tribunal.
Es totalitario porque la libertad de expresión hay que tomarla con todas sus consecuencias. Y con todos sus inconvenientes. Y es absurdo porque hay maneras mucho más sangrantes y humillantes que usando la palabrota concreta. Y ustedes bien saben que se lo digo por experiencia.
La libertad es sucia e incómoda pero cualquier alternativa es peor. Bélgica ha sido siempre un país chapucero y entrar a valorar lo que tendría que juzgar la justicia española es una agresión intolerable no sólo a España sino al corazón de lo que es y significa Europa. Pero España a su vez tendría que superar lo que en el fondo son los restos de la ley de Prensa de Manuel Fraga, y asumir que la libertad a veces mancha.
Tan maduros somos los españoles para juzgar a nuestros delincuentes sin que un tribunal extranjero tenga que indicarnos de qué modo tenemos que hacerlo, como para leer o escuchar lo que nos gusta, e ignorar el resto, sin que un juez tenga que venir a lavarle la boca a nadie con agua y jabón.