El infierno es el otro

Vivimos en unos tiempos en los que lo obvio parece una revelación sobrenatural

Pedro García Cuartango

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Solo hay una forma inequívoca de saber cuándo un Gobierno está actuando mal. No es posible determinarlo por lo que diga la oposición, que, como su nombre indica, está para criticar a quien aspira a desbancar del poder. Tampoco son demasiado fiables los medios de comunicación porque suelen tener un sesgo ideológico. Y menos las encuestas, que han fallado demasiado a la hora de medir los estados de opinión.

Pero hay un medio infalible que no admite réplica y con el cual siempre se acierta: un Gobierno no está a la altura de sus responsabilidades cuando echa la culpa de sus problemas a los gobernantes anteriores. Esto es lo que están haciendo los ministros y altos cargos del Ejecutivo de Pedro Sánchez al atribuir a sus predecesores los dos principales quebraderos de cabeza que se muestran incapaces de afrontar: la huelga salvaje de los taxistas y el aumento de la inmigración a través de las pateras que llegan desde el norte de África.

No voy a aburrir al lector con citas de declaraciones como las de Consuelo Rumí, nueva secretaria de Estado de Migraciones, echando la culpa a todo el mundo menos a su departamento, que es el encargado de buscar soluciones a este complicado asunto. Cualquiera puede ser ministro o secretario de Estado de lo que sea si, cuando surge un conflicto, lo único que se le ocurre argumentar es que su predecesor pecó de falta de previsión.

Puestos a hacer metafísica, es verdad que todos los problemas tienen unos antecedentes cronológicos y que sus causas vienen del pasado. Salvo en las catástrofes naturales, los fenómenos no suceden de forma inesperada y aleatoria. La huelga de los taxistas era previsible, como lo fue en su día el paro de los estibadores. Pero se supone que los Gobiernos están ahí para abordar los retos mediante soluciones. Si viviéramos en el mejor de los mundos posibles, la política no sería necesaria.

Ya lo decía Jean-Paul Sartre de manera muy gráfica: el infierno es el otro. Esto es así también cuando alguien comete un error en su trabajo o en su casa y echa la culpa del entuerto a su compañero o su vecino. Hace algunos meses, leí un libro de psicología en el que se decía que los niños de cuatro o cinco años, cuando son cogidos en una flagrante mentira, tienden a culpabilizar a otro. El mismo Napoleón responsabilizó de su derrota en Waterloo al mal tiempo.

Este Gobierno, que carece de mayoría parlamentaria para abordar las grandes reformas que necesita el país, ya ha encontrado la excusa perfecta: la culpa de todo lo malo que sucede en España la tienen Rajoy y el PP. Incluso cuando el Ejecutivo nombra al frente de una empresa pública a una persona condenada por apropiarse del trabajo de un alumno.

No hay mayor confesión de incompetencia que desviar la responsabilidad hacia quien ya no ejerce el poder. Decir algo así es una obviedad, pero desgraciadamente vivimos en unos tiempos en los que lo obvio parece una revelación sobrenatural.

El infierno es el otro

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