Inferioridad moral
A los nuevos líderes les sobra osadía tanto #como les falta experiencia. O, sencillamente, ciencia
¿Recuerdan el debate Solbes-Pizarro, con éste advirtiendo que estábamos al borde del abismo y aquél asegurando que España iba viento en popa? Claro que sólo corroboraba lo que decía su presidente, Zapatero, que llegó a negar que la gran crisis afectara a nuestro país, pero por ignorancia, no como su vice, que sabía perfectamente lo que se nos venía encima. Bueno, pues aunque parezca imposible, está a punto de repetirse: la receta de Sánchez para la economía española es gastar más, mucho más, no sólo la herencia que le ha dejado Rajoy, sino también el mayor techo de gasto que Bruselas le ha permitido. Si Zapatero se lo gastó en rotondas, aceras y lo que se quedó por el camino, Sánchez piensa fundírselo en «gasto social», que ya sabemos lo que significa para la izquierda, pan para hoy, hambre para mañana. O ni siquiera eso, sino derroche, opresión, miseria, Venezuela, Nicaragua. Es lícito sospechar que lo hace aposta: cuando la gente dedica todos sus esfuerzos a lograr el pan y las medicinas que necesita, no tiene tiempo de pensar en otra cosa. Hasta que estalla, naturalmente, y hay que aplastarla. En España no hemos llegado a ese punto, pero que intentan de nuevo convertir al país en una enorme Andalucía está a la vista: pese a ser la región europea que más subsidios ha recibido, sigue a la cola de ellas. Vivir del paro. A eso le llaman «superioridad moral de la izquierda». ¿No será inferioridad?
Menos mal que quienes ayudaron a Sánchez a entrar en La Moncloa por la puerta trasera le negaron su apoyo, unos por querer gastar más (Iglesias), otros (Puigdemont) por buscar algo más precioso, la autodeterminación. Que no puede darle. Le ha hecho carantoñas y concedido prebendas, como iniciar una negociación bilateral sobre «los derechos y libertades», ¡los presos!, y «de vías de participación», ¡el referéndum!, así como para «reformar la Constitución y el Estatut», berenjenal del que no sabemos cómo va a salir. Si sale, pues el prófugo de la Justicia le advierte: «Mi apoyo no es un cheque en blanco».
No contento con ello, planea «un impuesto a la banca». ¿No sabe él, un economista, que los bancos no son de sus directivos, ni siquiera de sus accionistas, sino de los de depositarios, que sufren sus avatares? Y el país con ellos. Un gobierno puede gravar los ingresos del capital de los ciudadanos, pero un impuesto extra a los bancos es como conducir con el freno de mano alzado. Que lo pida Podemos, entra en su ADN anticapitalista. Pero en un socialista de última generación asombra y asusta.
Aunque habrá que acostumbrarse. A los nuevos líderes les sobra osadía tanto como les falta experiencia. O, sencillamente, ciencia. Han crecido en un ambiente donde la imagen pesa más que el contenido, las intenciones, más que las consecuencias, lo que se dice hoy puede negarse mañana. No ya en España, sino en todas partes, flaco consuelo. Tendremos tiempo de hablar de ello en los próximos meses y años. Si sobrevivimos.