Editorial ABC
Infamia contra las víctimas de ETA
Las palabras con las que un sacerdote vasco denigra a las víctimas de ETA porque «llevan su merecido» reflejan mucho más que una mentalidad enfermiza; son un navajazo inmoral a la conciencia de los españoles
Las afirmaciones hechas por un presbítero de la Iglesia en el País Vasco contra las víctimas del ETA superan con mucho el ámbito de la libertad de expresión porque son, más allá de una mentira alimentada con cobardía moral, una insidia enfermiza. Un documental del director Iñaki Arteta titulado «Bajo el silencio» incluye una entrevista al cura de una parroquia de Lemona (Vizcaya) ante cuya fachada fueron asesinados dos guardias civiles en 1981. El sacerdote en cuestión hace reflexiones tan aberrantes como que «no sé hasta qué punto es terrorismo que un pueblo oprimido al que quieren conquistar responda con violencia (… ) eso es una guerra entre bandos, de una nación contra otra nación». Mas indigno aún es sostener textualmente que las víctimas de ETA «su merecido se llevan».
Por más que la Diócesis de Bilbao emitiera ayer una nota desmarcándose de este individuo, que más tarde pidió disculpas, este episodio solo refleja la degradación ética que algunos miembros de la Iglesia en el País Vasco han experimentado durante cuarenta años ininterrumpidos de terrorismo. Y también, el grado de complicidad y de silencio pusilánime que mantuvieron amplios sectores de la sociedad vasca en defensa de los criminales. Lo afirmado por este eclesiástico no es solo una ofensa más de las que tienen que soportar a diario las víctimas del terrorismo que aún están a la espera de que la Audiencia Nacional aclare más de 350 asesinatos. Sus palabras son un navajazo en la conciencia de todos los españoles, que observan cómo desde instituciones del Estado, y en especial el Gobierno, se blanquea a terroristas como Arnaldo Otegui o se permite el enaltecimiento del terrorismo. Hoy el Ministerio del Interior está inmerso en una operación subterránea de acercamiento masivo de presos de ETA con graves delitos de sangre a cárceles del País Vasco. Durante años, desde la etapa de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, la izquierda ha narcotizado a la sociedad haciendo ver que la «normalización» en el País Vasco pasaba por la excarcelación de etarras, por limpiar sus antecedentes, y por homenajearlos de regreso a sus casas como si fueran héroes y no asesinos. La Iglesia vasca pidió perdón, pero jamás hizo una revisión a fondo para apartar a sus manzanas podridas, que siguen pontificando sobre valores esenciales del cristianismo sin creer en uno solo de ellos. La contundencia se demuestra con los hechos y no solo con las palabras.
Ausente el Gobierno mientras negocia con Bildu su continuidad en La Moncloa, la aprobación de leyes y el sostenimiento de los presupuestos generales, solo queda la réplica de la sociedad civil. Documentales, libros o conferencias con verdades como puños sobre qué era ETA, a cuántos españoles mató, y con qué crueldad lo hacía, se han tenido que convertir en la única respuesta solvente a esta operación de la izquierda para inventar el enésimo capítulo de una falsa «memoria histórica». Frente a ETA solo queda la sociedad civil. Días atrás, Pedro Sánchez elogió a un antiguo dirigente socialista fallecido porque había combatido la «lucha armada». Ahora un sacerdote dice que la mascacre de cuatro décadas que costó casi mil muertes y más de 5.000 heridos, secuestrados, mutilados o huérfanos fue una «guerra entre dos naciones». Eso no es una opinión. No es un criterio libre. No es un análisis del terrorismo etarra. No hubo «lucha armada», un eufemismo vergonzante que jamás debería emplear un presidente del Gobierno, y jamás hubo una «guerra entre naciones». Son mentiras flagrantes que deberían haber sido contestadas por el Gobierno de inmediato, porque lo contrario es conceder un plus de impunidad a testimonios muy tóxicos contra la democracia.