El speaker de la resistencia

José María Calleja, como buen hombre del norte, iba de frente, sin dobleces, con nobleza de espíritu

Ignacio Camacho

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Jaime Mayor y Nicolás Redondo recordarán la mañana de primavera donostiarra en que José María Calleja los fundió, junto a Fernando Savater, en un abrazo de esperanza. Fue en un acto en el Kursaal, que presentó ante el paraguas de colores que José Luis López de Lacalle llevaba el día de su asesinato y que permanecía abierto como un símbolo sombrío en mitad del escenario. Eran los tiempos en que PP y PSOE podían pactar una coalición de víctimas contra el terrorismo, que finalmente fue derrotada por Ibarretxe sumiendo de melancolía a los miembros de Basta Ya y otros movimientos de resistencia cívica al holocausto de los años de plomo. Entonces y siempre Calleja, como tantos otros periodistas amenazados, fue un activista más en la causa de defensa de la libertad que más cohesión política y moral ha suscitado en la España contemporánea.

Cuando presentaba un informativo en ETB, los cámaras y técnicos simpatizantes de Batasuna le decían al pasar que le quedaban literalmente tres telediarios. Hombre vehemente como era, no se cortaba de hacer frente a la coacción con bizarría de palabra, de gesto y de obra. Ponerle voz y rostro a la resistencia democrática le costó muchos años de vivir con escolta. El final de la violencia separó posturas entre los constitucionalistas pero Calleja mantuvo siempre, desde una perspectiva de izquierda, su firme criterio crítico contra el nacionalismo; un combate ideológico que llevó adelante hasta su último y reciente libro, «Lo bueno de España», reivindicación histórica de la convivencia y el mestizaje cultural y político frente a la llamada ancestral y excluyente de la tribu.

Coincidimos muchos años en cientos de tertulias de radio y televisión, donde discrepábamos ante los micros sin perdernos nunca el mutuo respeto y, sobre todo, el cariño. Era un honor debatir con él y recibir a la vez sus incontables y detallistas muestras de simpatía y compañerismo. Peleón, irónico, ingenioso, sarcástico, arriscado, jovial, tenía un carácter pasional y combativo con el que a veces convertía el plató en un ring donde lanzaba molinetes dialécticos endulzados con un agudo sesgo humorístico. La polémica era su molde favorito para ejercer el periodismo, y la abordaba desde un fuerte sentido del compromiso. Como buen hombre del norte, iba de frente, sin dobleces, con nobleza de espíritu.

Lo que no consiguió ETA, que varias veces lo tuvo en su siniestra diana, lo ha logrado el coronavirus, que también mata a traición. Descanse en paz. Sit tibi terra levis, querido compañero, viejo amigo.

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