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Una raya en el agua

Un hombre coherente

La coherencia de Sánchez no es con su programa ni con su palabra sino con su inveterada vocación por las trampas

Ignacio Camacho

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Sánchez no presentó la moción de censura porque el juez De Prada, el hombre al que susurraba Garzón, calzase en la sentencia Gürtel un par de frases sesgadas sobre el PP y sus beneficios «lucrativos» en los manejos de Bárcenas. Eso fue el pretexto, no ... la causa, de modo que la satisfacción retrospectiva que le ha dado el Supremo a Rajoy podrá servirle de cierta reparación moral, pero no funciona ni como tardía revancha. La moción la presentó porque tenía los votos para ganarla, y era su proyecto esencial desde que ganó las primarias. Bien lo sabían Susana Díaz, González, Madina, Rubalcaba y los demás socialistas veterotestamentarios que con escaso éxito le plantaron cara: el Gobierno Frankenstein lo tenía en la cabeza a la expectativa de que se presentase la circunstancia, y no lo armó antes porque sus compañeros lo echaron de mala manera para que no lo intentara. «Pedro está en el PSOE pero no es del PSOE», decían en voz baja. Y si ha sido capaz de convertir su propio partido centenario en una simple marca electoral y de imponer su bonapartismo sobre toda estructura orgánica, qué le va a impedir hacer algo similar con el sistema institucional de España. Para eso asaltó el poder, para hacer lo que le venga en gana sin pararse en barras. Ni Constitución ni gaitas; qué se puede esperar de alguien que no respeta durante tres minutos seguidos su propia palabra.

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