La huelga de la Virgen María
No estaría mal que los mitrados se dedicasen a proclamar la doctrina social católica y a denunciar la degradación rampante del trabajo
Alguien ha dicho por adular al mundo que la Virgen María habría participado de buen grado en la reciente huelga feminista . Si quien ha dicho tal cosa llevase capirote podríamos designarlo con propiedad; pero, llevando mitra, callaremos. Uno tenía entendido que la Virgen sólo se holgaba en Dios, que había contemplado (con mirada inevitablemente patriarcal) su humildad y había hecho las más grandes obras en ella; y que el tiempo que le dejaba esta divina huelga u holganza lo dedicaba María al cuidado de su familia. Pero, siendo María mujer de gran sensibilidad (como nos prueba al componer el Magníficat) y con dotes de organización (como nos prueba en las bodas de Caná), no parece inverosímil que tallase con el formón alguna figurita para que Jesús jugase con ella, o que se encargara de administrar la carpintería familiar.
Si quedasen mitrados con sana teología, nos recordarían que María y José, aunque pobres, eran propietarios; y, a renglón seguido, nos advertirían que una economía es tanto más cristiana cuanto más repartida está la propiedad. En cambio, en nuestra época María y José no habrían tenido más remedio que ser asalariados. José tendría un contrato temporal; y le tocaría hacer, a cambio de un sueldo birrioso, un trabajo repetitivo y estragador en cualquier planta de Ikea; o tal vez lo habrían contratado como falso autónomo, para que él mismo se pagase la Seguridad Social. Como con el sueldo de José no les alcanzaría para llegar a fin de mes, María también habría tenido a su vez que emplearse en una empresa de organización de bodas, donde -aprovechándose de que era todavía muy joven-la habrían contratado como becaria, con un sueldo «simbólico» y unos horarios inhumanos que, además de trastornarle el sueño (las bodas ahora son casi todas de noche), la obligarían a trabajar muchos domingos (impidiéndole holgarse en Dios). Inevitablemente, María y José tendrían que dejar muchos días a Jesús en manos de una canguro (porque su tía Isabel vivía muy lejos), a la que sólo podrían pagar unas monedillas bajo cuerda. Y así, Jesús no tendría quien le cantase un Magníficat antes de acostarse; y tendría que conformarse con ver todas las noches, en compañía de la canguro, las tertulias vocingleras de «Sálvame». En una situación así, tal vez María podría sumarse a una huelga en la que se exigiese un trabajo justamente remunerado (de tal modo que un único sueldo bastase para sostener a la familia); un trabajo que facilite la crianza de los hijos; un trabajo que reconozca el esfuerzo del trabajador y premie sus talentos con su participación en los beneficios de la empresa; un trabajo que permita la holganza (y muy especialmente la dominical); un trabajo, en fin, que impida la opresión del pobre y la retención injusta del jornal del trabajador, que son pecados que claman al cielo.
En una huelga así habría podido participar María; y Dios se habría holgado mucho de que lo hiciera. No estaría mal que los mitrados se dedicasen a proclamar la doctrina social católica y a denunciar la degradación rampante del trabajo, en lugar de meter a la Virgen en una huelga que reclama «autonomía para construir identidades y sexualidades», «despenalización del aborto» (¡todavía más!), «escuela con perspectiva de género», etcétera. ¿Qué pensará María de quienes la meten en estas ollas podridas? En realidad, como nos enseña Bernanos, esta pequeña y preciosa doncella mira a quien la reboza por el fango con mirada infantil; pues, aunque detesta el pecado, no tiene de él experiencia alguna. María sólo puede mirar al pecador, aunque tenga mitra, como lo miraría una niña que no repara en las vergüenzas y miserias de los hombres.