Rosa Belmonte

Hombres con buen ojo

A H. G. Wells, Stalin le pareció el hombre más abierto, justo y honesto que había conocido

Rosa Belmonte

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H.G. Wells tenía muy buen ojo para la gente. En 1934, Stalin le pareció el hombre «más abierto, justo y honesto» que nunca había conocido. Esas cualidades fueron las que provocaron «el notable ascenso de Stalin en el país, ya que nadie le tiene miedo y todo el mundo confía en él». Cáspita y repámpanos. Cuando en 1920 fue a ver a Lenin se encontró a «un buen tipo de hombre científico» y «muy refrescante» (lo que Lenin dijo del escritor: «¡Puaf! ¡Qué burgués insignificante! Es un ignorante»). Pero tanto el ruso como el británico podían tener razón. Hace 70 años de la muerte de H. G. Wells y 150 de su nacimiento. Literariamente, el escritor inglés no era gran cosa pero sus obras sí. O lo eran los temas que eligió. Incluso más allá del asunto profético relacionado con los avances tecnológicos. Ahí están «La máquina del tiempo», donde trató la lucha de clases (y se cuela el comunismo); «El hombre invisible», con los límites morales de la ciencia, o «La guerra de los mundos», en la que critica las costumbres victorianas y el imperialismo británico (además de provocar el pánico social gracias a Orson Welles).

H. G. Wells tenía una visión optimista del futuro, creía que la educación y la ciencia serían las bases de la sociedad venidera. Era un poco como Gene Roddenberry, el genio creador de «Star Trek», cuando a la hora de hacer la nueva serie en 1987 decidió que en el siglo XXIV la humanidad había resuelto todas sus luchas. No había razón para el drama en su extravagante visión del futuro. Cuando los guionistas fueron informados de que sus personajes no podían tener tensiones, decidieron irse (huyeron 30). La visión optimista de H. G. Wells fue lo que le llevó a la Rusia soviética para hablar con Stalin. Quería convencerlo de que trabajara con Roosevelt para salvar al mundo de la Gran Depresión, como recuerda John Gray. A los rusos les faltó darle una patada. De todas maneras, aprovechó para acostarse con Moura Budberg, la secretaria de Gorki.

La vida amorosa del británico es también un ejemplo del poliamor, una de esa memeces de las que la gente habla ahora pensando que son inventos recientes. Como que haya mujeres con nulo interés por reproducirse o gente que no quiera tener relaciones sexuales. H. G. Wells se casó dos veces, conviviendo 32 años con Amy Catherine Robbins, hasta que esta murió. Una esposa perfecta. No sólo consentía las relaciones extramatrimoniales sino que dejaba a su marido que pusiera en casa fotos de las amantes. En su cuadra amorosa se cuentan Martha Gellhorn (en 1938 escribió que en Barcelona hacía «un tiempo estupendo de bombas»), Margaret Sanger (la pionera del control de natalidad), Odette Keun, que había sido bolchevique y monja, Rebecca West (con quien tuvo un hijo) y la propia Moura. Una vez Somerset Maugham preguntó a esta qué veía en Wells. Le contestó que olía a miel.

La secretaria judicial tardó 24 minutos en leer las acusaciones contra Francisco Correa. Entre tarjetas black y trama Gürtel, la Audiencia Nacional estaba ayer repleta de amiguetes o examiguetes de Aznar (gente random a la que se invita a la boda de una hija, se entiende; o gente en la que piensas para sucederte al frente del PP). «Panda de gaviotas que teníais que estar ya en Soto del Real», gritaba un preferentista a la entrada. Hombre, en las black hay gaviotas y pajarracos de toda clase. Es la Madrid Corruption Week, como dice Chapu Apaolaza. Aznar, igual que H. G. Wells, tiene muy buen ojo para la gente. A Bárcenas es Rajoy el que se lo tiene que comer. Y estos ni siquiera huelen a miel.

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