Histeria, otra vez
Primero dijeron que se habían acabado la sanidad y la educación públicas. Ahora es la libertad de expresión
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John Allen Paulus es un jovial matemático, clavado al profesor chiflado de «Regreso al futuro» y autor de libros siempre muy divertidos y esclarecedores. Su batalla constante es que no tenemos ni puñetera idea de matemáticas y nos relacionamos mal con la realidad. «Muchos se impresionan por cosas que en verdad no son impresionantes. La gente se maravilla por las coincidencias, cuando en realidad no significan nada». Es cierto. Si arrojamos una moneda al aire, puede ocurrir que salga cara cuatro veces seguidas, pero sería un error deducir de ello que siempre será así. El día en que el banco Popular se fue al garete resultaría sencillo dejarse impresionar por la conmoción y proclamar que el sistema bancario español es una roña cogida con pinzas. Pero no es cierto. Si mañana en España coincidiesen tres sucesos terriblemente truculentos, algunos tertulianos de guardia alertarían de una gravísima crisis de seguridad, cuando la verdad es que vivimos en uno de los países más seguros del planeta.
En una España gritona y donde pensar aburre, ha bastado que se conociesen en un día tres controversias relacionadas con la libertad de expresión para que medios y políticos del progresismo decretasen la defunción de ese derecho. En una tele del apocalipsis –a cuyo rostro estelar chocaba las cinco esta semana un encantado Rajoy, a pesar de que lo vituperan a diario– incluso emitieron un especial sobre la gran tesis del momento: la libertad de expresión ha muerto. Lo que trataban de recalcar, por supuesto, es que se la ha cargado el Gobierno, cuando en realidad no había participado en ninguno de los tres hechos objeto de controversia.
Los tres casos son discutibles. En mi modestísima opinión es correcto que el Supremo haya condenado al rapero camarada de Iglesias Turrión, pues jaleó a ETA, animó a poner nitroglicerina en un bus del PP, recomendó fusilar o ahorcar al Rey, mutilar a Cospedal, etc., etc. Por el contrario, estimo que Ifema se ha columpiado retirando la exposición de Arco con las fotos de sediciosos catalanes y algunos delincuentes convictos. Nuestra democracia permite defender a criminales y también calificarlos de «presos políticos». Lo mismo debe regir en el arte. Es cierto que es un disparate que el dinero público siga costeando algunas boberías mil veces regurgitadas del llamado «arte moderno» (en realidad muy antiguo). Pero ese es otro debate. Por último, me temo que la magistrada ha derrapado al retirar del mercado un libro sobre el narcotráfico en Galicia, una decisión desproporcionada.
Pero la confluencia de los tres casos no permite colegir que el Gobierno ha laminado la libertad de expresión. Son las mismas voces que ya establecieron que el diabólico Mariano se había cepillado la sanidad y la educación públicas (que siguen funcionando perfectamente, y que además están transferidas a las autonomías). Da igual. Imposible razonar cuando las gafas ideológicas lo nublan todo. Lo fetén aquí es lo de siempre. Ya saben: España es una mierda, y la culpa de que no llueva es... del Gobierno.