Hijos de la urna
Los fastos de ayer en Cataluña iban desde la adoración a una caja de plástico a los cortes de las vías de tren
El negro de Bañolas, símbolo del colonialismo, era bosquimano. También los protagonistas de «Los dioses deben estar locos», donde el miembro de una tribu africana recoge la botella vacía de Coca-Cola caída de un avión. Pensando que es un regalo de los dioses, el objeto acaba por romper la paz. Los independentistas tienen urnas en lugar de Coca-Cola. Pero se comportan igual con el simbólico objeto (con el simbolismo que ellos mismos en su primitivismo de chufla le han otorgado). En una concentración nocturna frente a la comisaría de Policía de Reus, los independentistas llevaban antorchas. Parecían extras de «Arde Mississipi». Todos gritaban «Fuera las fuerzas de ocupación». Algunos cargaban urnas en brazos, que también parecen cajas de plástico para guardar en el trastero la ropa de verano. Pese a la gravedad de todo el asunto, cargar con la urna resulta tan ridículo como Woody Allen tocando el violonchelo en el pasacalles de «Toma el dinero y corre», sentándose en la silla y andando sin darle tiempo a tocar nada. La celebración de cabo de año del 1-O poniendo a las urnas de protagonistas es desternillante. Tanto llevar a la chiquilla/fiambrera/urna en brazos como bailar alrededor de una (que lo han hecho) o depositar deseos escritos en papeletas en otras (lo hizo el domingo Quim Torra). Por no hablar de recrear las llegadas de las urnas a los colegios a la manera de la entrada de Cleopatra en Roma. Con una urna gigante. Como si fuera una Virgen en procesión.
Torra, el resto del Govern, Marcela Topor y Roger Torrent conmemoraban ayer el sagrado aniversario desde Sant Julià de Ramis (Gerona), donde está censado Puigdemont y donde podría haber votado. Podría haber votado. Les faltó una butifarrada en el túnel donde Puigdemont cambió de coche. Sí estaban previstos castells «en recuerdo de los presos políticos» y trabucaires disparando salvas de honor «simbolizando el inicio de las cargas policiales de hace un año». Torra se dirigió a los CDR: «Presionad, hacéis bien en presionar». Al lado tenía una urna encaramada a una mesa alta, como si fuera un loro. Ayer 1 de octubre, según leí en las páginas de Madrid de ABC, había una velada de boxeo en el teatro Nuevo Alcalá. Los promotores eligieron ese día porque era el aniversario de «Thrilla in Manila», la tercera pelea entre Ali y Frazier por el mundial de los pesos pesados. También es verdad que el teatro no tenía otras fechas. La velada no era sólo de boxeo (Jonathan «Maravilla» Alonso y Jennifer Miranda, qué nombres tenemos, peleaban en sus combates por el campeonato de España). También había un desfile de moda y monólogos de Joaquín Reyes. Espectáculo tan variadito como el 1-O en Cataluña, donde el programa de actos incluía adoración a la urna y corte de vías de tren. Por lo menos en el boxeo se pegan con reglas.
En «Heridas abiertas» (la serie, no la novela) hay una extraña celebración. Ese pueblo de mala muerte conmemora todos los años su fundación representando en el teatro la violación de una adolescente por unos soldados. Para las niñas del lugar es un honor interpretar a la violada de 13 años. En «Los dioses deben estar locos», una vez que la botella de Coca-Cola empieza a causar conflictos, el pastorcillo que la encontró anuncia a los ancianos que irá al fin de la Tierra para deshacerse de ella. La llaman «la cosa maligna». Las urnas de plástico todavía son gloria bendita para los independentistas. Su arca de la alianza con las tablas de la ilegalidad dentro. Ya sólo falta que tiren del clásico de Mecano y su «Hijos de la urnaaaa».