David Gistau
El hangar
Vivimos en hangares, jugando a las cartas, ociosos. Hasta que suena la alarma anticorrupción
No conocía el nombre del presidente de Murcia. Lo confieso compungido porque a un todólogo fetén no puede sorprenderlo desguarnecido ningún asunto de actualidad, ya se trate de la rutina laboral de los estibadores, el acelerador de partículas del CERN o el listado de sospechosos por la desaparición de una mujer. Aquí no se da mus ni Dios. Somos gramolas de la autoridad informativa . Pero al presidente de Murcia no lo tenía controlado. Ahora sí, claro. Ahora vas a todas partes y te preguntan por él. Que si debería dimitir o no. Que hasta dónde llega su actividad criminal. Ahora es imposible no saber cómo se llama el presidente de Murcia porque, para el periodismo de Insomne Garita, el presidente de Murcia es el Watergate de esta semana. Se le exprimirá lo que tenga, se le mantendrá en titulares mientras sirva para que los periodistas nos ufanemos de desempeñar el paladinazgo moral de esta sociedad envilecida y luego, como el náufrago de García Márquez, será desechado y olvidado para siempre. Me pregunto qué prócer regional cuyo nombre ignoro será el Watergate de la semana próxima. Me vendría bien saberlo ya para documentar sin agobios mi ataque de indignación.
Cuando estalló la crisis, tuve miedo de que el relato periodístico de una época colapsada fuera a hacerlo la economía. Tuve una cita a ciegas con la prima de riesgo que salió mal. Me resultaba todo tan abstruso que no pude sino admirar la capacidad de Zapatero de convertirse «en dos tardes» en un experto económico. Pensé que tendría que dejar el oficio mientras en la televisión triunfaban como comunicadores oscuros economistas que hasta entonces habían habitado en el subsuelo. Sin embargo, la tendencia cambió, se humanizó. Tuvimos, por una parte, el tremendismo de los «story-telling» concebido para crear una atmósfera de rabia social que facilitara el advenimiento de los profetas curativos. Eso no se consigue con un discurso técnico sobre economía: hacen falta llagas y rostros demacrados. Tuvimos, por otra parte, la conversión del periodismo en un superhéroe trabado en fiera lucha contra la corrupción que fabricó, en un remedo de la cuerda de presos, sus propios métodos de escarnio paralelos a los de la justicia.
Es divertido. Y procura una gran satisfacción, porque el periodista puede llegar a creerse, si lo necesita, que contribuye a salvar la Democracia. Pero nos hemos convertido en unos cautivos de esta misión autoimpuesta que no pueden atravesar una sola semana de vida sin resolver un Watergate. Vivimos en hangares, jugando a las cartas, tocando la armónica, tristes, ociosos. Hasta que suena la alarma anticorrupción. Nos deslizamos entonces por la barra, como los bomberos, y, mientras vestimos el uniforme, el oficial va informándonos de a qué demarcación municipal nos dirigimos esta vez: «¡Prevaricación en Zamora! ¡Concejal del PP! ¡El protocolo sugiere exigir dimisión! ¡Tengan cuidado ahí fuera!».
Pedro Antonio Sánchez. Así se llama el presidente de Murcia. Creo.
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