Miradas sobre la epidemia

La función del directivo

Ep

Gustavo Gabarda

Hace ya más de 30 años escuché decir a Bill Gates en una charla en la Universidad de Harvard que la principal función del directivo es anticipar el futuro y movilizar los recursos de la organización para estar preparado cuando ese futuro se convierte en presente.

Ninguno de los dos factores resulta fácil pero no por ello deja de ser necesario.

Si anticipar el futuro es difícil, no ya a años vista, sino a meses vista o, como se ha demostrado en el caso del COVID 19, semanas, movilizar los recursos de la organización tampoco es fácil y entraña muchos riesgos. Cuando no se dispone de datos sólidos e incuestionables que convenzan por sí mismos, exponer todos nuestros recursos de poder personal y posicional dentro de la organización, nuestra reputación, nuestra autoridad; movilizar nuestras redes de relaciones y utilizar nuestra influencia de manera decidida, entraña muchos riesgos, incluida la pérdida total de nuestra posición en la organización. Invertir grandes cantidades de dinero para prepararnos para un escenario que no es universalmente compartido y que se pueden convertir en un gasto inútil si hemos errado el escenario, requiere una capacidad de liderazgo para el que no todos están a la altura.

Hace pocos días pregunté a una buena amiga, presidente de una de las principales compañías españolas de servicios de atención telefónica, cómo les había impactado la crisis. Su respuesta me hizo recordar de inmediato aquella charla de Bill Gates y me pareció un ejemplo perfecto para ilustrar la función del directivo.

María, que así se llama la protagonista, me dijo que había seguido con preocupación pero cierta distancia las noticias que venían de China desde Diciembre. Su preocupación aumentó mucho a partir del 22 de febrero, cuando se tomaron las primeras «medidas especiales» de restricción de la movilidad en los primeros focos en el norte de Italia. A partir de ese momento estableció contacto casi permanente con un competidor del norte de Italia que le iba informando puntualmente de la evolución de la pandemia en su país y que le permitió anticipar las consecuencias para su operación en caso de que se extendiera a España. Paralelamente hablaba con una compañera de colegio, médico en el hospital de Torrejón, uno de los primeros hospitales en identificar contagios locales, que le hizo ver la virulencia de la enfermedad que ya se estaba instalando en España. A partir de ese momento María se lanzó a prepararse para lo que le venía encima. El 28 de febrero adquirió material de protección para toda su plantilla, fundamentalmente desinfectantes con lejía, guantes y geles (¡a través de Amazon!; sí, todavía no se había desatado el pánico y estaban disponibles a través de Amazon); diseñaron nuevos protocolos y estándares de operación; crearon 108 grupos de VPN con 2000 conexiones; compró 1.500 ordenadores portátiles y 1800 auriculares para trabajar desde casa y habló personalmente con sus 113 clientes para solicitarles su autorización para teletrabajar bajo los nuevos protocolos. Todos le dieron su autorización, aunque en muchos casos mostraron su extrañeza pues les parecía matar pulgas a cañonazos. Lo que vino después lo conocemos todos. Cuando se desató el pánico en España y llegaron las medidas de confinamiento a partir del día 14 la organización de María estaba perfectamente preparada. Su visión, su determinación y su capacidad para movilizar la organización salvaron su compañía y sus operaciones, críticas para muchos clientes.

Resulta estremecedor comprobar lo que puede llegar a suponer anticipar dos semanas los acontecimientos y actuar en consecuencia. Lo que hoy nos resulta evidente a todos cogió a muchos por sorpresa, o tal vez no. Quizá, igual que María, lo vieron venir y no quisieron o no pudieron movilizar su organización. No quisieron jugarse su reputación y su carrera en un envite que ha superado casi todas las expectativas.

A partir de ahora van a sucederse muchas situaciones que van a poner a prueba la visión y el temple de los directivos a todos los niveles. De su capacidad, determinación y espíritu de servicio va a depender la supervivencia de muchas organizaciones y de muchos puestos de trabajo. Tenemos que dar la talla.

Mi amigo Santi, deportista profesional, tiene un dicho que se repite a sí mismo cuando se enfrenta a una situación de alto riesgo: « cobarde vivo vale para otra guerra ». Esta vez no, querido Santi, esta vez no.

Gustavo Gabarda es empresario.

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