Luis Ventoso

«Non grato»

Luis Ventoso

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Quien haya despegado alguna vez de Venecia se habrá fijado que al fondo de la laguna asoman las antiestéticas chimeneas de un tocho fabril. Al otro lado del Lido, en la trastienda de la ciudad más maravillosa del mundo, se levanta desde los años sesenta la central energética Andrea Palladio. Sin duda esa ubicación fue un disparate, pero allá sigue, porque el progreso tiene sus peajes y las góndolas no calientan las casas. En Francia operan diecinueve centrales nucleares. Algunas ocupan parajes naturales excepcionales, como la de Blayais, en pleno estuario de la Gironda. A solo 56 kilómetros al norte del glamuroso Central Park de Manhattan, donde tanto posaron Lennon y Woody Allen, se encuentra la planta atómica de Indian Point. Suecia, que presume con razón de verde, convive con diez centrales nucleares.

Rajoy excomulgado por el consistorio de su ciudad. Fascismo del puro

En 1957, el Gobierno de Franco instaló una celulosa en Pontevedra. Una ubicación desafortunada, en el corazón de una ría paradisiaca, que además era un vergel marisquero. Con el avance tecnológico la factoría ha ido mitigando los daños de sus vertidos. Pero es evidente que el paisaje y el medio ambiente mejorarían sin la fábrica. El problema es que cerrarla no saldría gratis: la celulosa genera ochocientos empleos en la pequeña Pontevedra, la ciudad gallega con más paro, según la Xunta. Además emplea eucalipto local, el único negocio con ingresos contantes y sonantes para miles de familias campesinas gallegas (sobre todo ahora, con la desgracia de que la leche es casi más barata que el agua). El Gobierno acaba de aprobar ampliar la concesión de la celulosa durante otros sesenta años. Una decisión con pros y contras, que por su supuesto merece ser discutida y criticada.

¿Y a dónde nos lleva toda esta historia? Pues a un epílogo que refleja el gravísimo y acelerado deterioro de la convivencia en España. Se va a producir un acto que es epítome del más puro fascismo: el poder señalando y maldiciendo a aquellos con los que discrepa. A propuesta del PSOE, un partido que ha perdido la brújula, y de la Marea, la franquicia local de Podemos, el Ayuntamiento, con alcalde del BNG, va a declarar a su paisano Mariano Rajoy «persona non grata en Pontevedra». Será así maldito oficial por decreto en su propia ciudad, de la que nunca ha hecho más que presumir y de la que fue concejal y presidente de la Diputación. Será un paria por decreto en su casa, piensen lo que piensen sus vecinos de él. Será formalmente un mal pontevedrés, en la misma Pontevedra donde en la pasada campaña ya le partieron la cara, volándole las gafas de un puñetazo (episodio que sobrellevó sin una queja ni una denuncia).

No es una anécdota ni un asunto menor. Es un talante: leña al mono y al enemigo ni agua. Intimida esta España emponzoñada otra vez por repulsivos rencores ideológicos, donde los integrismos comunista y nacionalista aspiran a dictar desde el poder quién es buen y mal ciudadano. Un país donde la duda ofende, donde los votos ganadores nada valen si no son del correcto credo. Una España donde el debate empírico se ve ahogado por la apisonadora del más liviano dogmatismo televisivo y una catarata de escupitajos en Twitter.

Todo esto ya se ha visto. Acaba siempre igual. Peor que mal.

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