Editorial
El Gobierno ha de reaccionar con Rabat
Es posible que el régimen marroquí haya decidido cerrar la aduana como muestra de irritación porque Sánchez no viajó a Rabat nada más ser nombrado primer ministro
Cuando un país decide cerrar la aduana de una frontera sin justificación, se trata de un acto hostil y no puede ser interpretado de otra manera. Lo que está haciendo Marruecos en Melilla es, por tanto, intentar dañar los intereses españoles. Esta aclaración no sería necesaria en otras circunstancias, por ejemplo si el Gobierno de Pedro Sánchez hubiera reaccionado de alguna manera ante ello. Pero dado que se dedica a cerrar los ojos, es necesario explicarle que debe tomar medidas para hacer notar a nuestros vecinos del sur que su actitud es inaceptable. Por supuesto que no se trata de agravar las cosas para favorecer una escalada de tensiones recíprocas, pero dejarlo sin respuesta es alentar a Marruecos a mantener esa actitud desafiante y hostil.
Es posible que el régimen marroquí haya decidido cerrar la aduana como muestra de irritación porque Sánchez no viajó a Rabat nada más ser nombrado primer ministro. Si ello fuera así, la actitud de Marruecos justificaría que esa especie de costumbre mantenida durante la democracia por todos los jefes de Gobierno fuera dejada en suspenso, porque Marruecos no lo estaría percibiendo como una deferencia amistosa, sino como un acto de pleitesía y la cuestión de la aduana sería entonces un chantaje. Si esa reunión no se pudo llevar a cabo a causa de la enigmática agenda del monarca marroquí, entonces sería además una descortesía.
Es verdad que con este país compartimos innumerables intereses de todo tipo -el control de la emigración o la pesca no son los menos importantes- y que lo esencial es tener buenas relaciones, pero no a cualquier precio. Los ciudadanos de Melilla no se merecen esta actitud de un Gobierno que cree que los problemas desaparecen ignorándolos.