Un gobierno que nace moribundo

Será mañana, y por mayoría simple, cuando Pedro Sánchez pueda obtener del Congreso los votos necesarios para dejar atrás su situación de interinidad y asumir la presidencia del Gobierno. Mientras circulan los nombres de los próximos ministros, filtrados por el entorno de Pablo Iglesias, Sánchez encara una legislatura cuyo primer acto, el debate de investidura, ha servido para confirmar su extrema debilidad, proporcional a su dependencia de los socios que ha elegido para que lo sometan al chantaje político e ideológico que va a marcar este tiempo de incertidumbre. El próximo Ejecutivo socialista nace moribundo, asistido por la respiración artificial e interesada que, con su abstención, ya pactada, le proporcionan grupos tan indeseables para el Estado de Derecho como son los herederos de la banda terrorista ETA o los golpistas del procés. Ha sido Sánchez quien ha elegido a estos compañeros de viaje y se ha atado voluntariamente de manos para plegarse a sus exigencias. De no hacerlo -como le advirtió Gabriel Rufián el pasado sábado, con tono chulesco y actitud humillante- no habrá legislatura.

Si ser investido presidente del Gobierno con una exigua mayoría de 120 diputados resulta complicado, más lo va a ser ponerse a gobernar y sacar adelante unos presupuestos o un cuerpo legislativo cuya redacción y aprobación va a depender en última instancia de quienes no ocultan su carácter mafioso al airear la extorsión que practican desde la propia tribuna del Congreso. Sánchez sabe que tiene los días contados. Abrazado al político que hasta hace unos meses le quitaba el sueño y sentado en una mesa de capitulación separatista, el presidente del Gobierno va a tener que añadir a su «Manual de resistencia» un volumen dedicado a la supervivencia. A costa de España, como exige Rufián.