Tribuna Abierta

Libertad e identidad, dos valores de la democracia por encima de los colores políticos

Compartir y defender esta idea abriría la mente para afrontar con visión los grandes desafíos de la época y haría más fácil el dialogar y encontrar soluciones

Giuseppe Tringali

Giuseppe Tringali

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Sobre libertad e identidad se podría hablar hasta el infinito, pero hoy me limito a una ejemplificación y a las definiciones mas básicas para introducir mi reflexión.

Según Wikipedia, «la libertad en sentido amplio es la capacidad humana de actuar por voluntad propia». Y la identidad: «La circunstancia de ser una persona en concreto y no otra, determinada por un conjunto de rasgos o características que la diferencian de otras». Así, sin la identidad personal no se podría hablar de diversidad y sin la libertad no tendríamos ni identidad, ni diversidad. Al mismo tiempo, la libertad y la identidad sin igualdad de oportunidades no serían completas y la pluralidad de experiencias estaría muy limitada.

La política nos ha acostumbrado a clasificar de izquierdas o de derechas valores y conceptos. Esto lo confunde todo, aunque las contradicciones resulten evidentes. Por ejemplo, la identidad y la libertad de iniciativa personal se consideran más de derechas, mientras que la diversidad y la igualdad de oportunidades se asocian más con la izquierda. Esta dicotomía es una distracción porque, en realidad, lo importante no es distinguir entre derecha o izquierda, sino entre aquellos partidos que apuestan por la democracia y los que están en contra de ella.

Hemos estudiado también que los regímenes dictatoriales se clasifican en izquierdas o derechas, pero lo único cierto es que acaban siendo todos ellos regímenes totalitarios donde la identidad y la libertad no tienen cabida. En el sistema más avanzado en derechos humanos que es la democracia, al contrario, la identidad personal es un valor, como lo es la diversidad. También lo es la igualdad entendida como igualdad de oportunidades y lo es la libertad, que es el presupuesto de la misma democracia.

Considero que podemos compartir entonces que lo importante en una democracia es que los partidos estén inspirados en estos valores democráticos, independientemente de su posición en el horizonte político. Por lo tanto, todos los partidos democráticos deben tener en común los valores que son la esencia de la democracia misma. Siendo esto así, ¿como puede ser más de derechas la identidad, la libertad y la iniciativa personal y más de izquierdas la diversidad si la diversidad es la suma de las identidades y de las experiencias? Igualmente, ¿como puede ser de izquierdas la igualdad de oportunidades y de derechas la libertad y la iniciativa personal si sin la igualdad de oportunidades la persona no tiene libertad de elección?

Si todos estamos por la democracia, la libertad es el primer valor y no puede ser ni de derechas, ni de izquierdas; es un valor universal. La identidad es el valor que deriva de la libertad y, por lo tanto, no puede ser tampoco ni de derechas ni de izquierdas. La igualdad de oportunidades (distinta de la igualdad absoluta, que significaría cero identidades personales) es la premisa para que las libertades personales y las relativas iniciativas puedan tener cabida y es la única manera para que la diversidad pueda ser efectiva. Entonces, ¿cómo puede ser la igualdad de oportunidades sea de derechas o de izquierdas?. Estos conceptos y valores son los fundamentos de la democracia, son elementos constitucionales y no pueden tener colores políticos.

En nuestras democracias, los partidos siguen enfrentándose sobre términos y conceptos que ondean como banderas, cuando tendrían que empezar a compartir de manera clara y transparente los principales valores democráticos de los que estamos hablando: libertad, identidad, diversidad e igualdad de oportunidades. Valores que, por lógica, están muy relacionadas entre ellos y, si bien aplicados e equilibrados, tienen un impacto económico/social de lo más positivo.

Compartir y defender estos valores abriría la mente para afrontar con visión los grandes desafíos de la época y haría más fácil el dialogar y encontrar soluciones. Los partidos 'democráticos' se confrontarían, con sus distintas sensibilidades, que son una expresión de la democracia, solo sobre la coherencia y la aplicación de los valores democráticos compartidos para que resulte más fuerte y efectiva la democracia. Esto tendría que ser el único y constante objetivo.

Los últimos 30 años han sido testigo de muchas revoluciones y hoy las sociedades y el contexto son abismalmente distintos. La política sigue anclada a antiguos esquemas y divisiones históricas. Esta falta de contemporaneidad es el gran freno que hace que la política sea inapropiada, aburrida y, para el interés general, inútilmente conflictiva. Los partidos políticos no se dan cuenta que están siempre más radicalizados en sus posiciones y por lo tanto excluyentes. La disponibilidad al diálogo que aparentan con palabras, en los hechos no se aplica, al revés, se echan continuamente culpas y responsabilidades. Hablan de progreso, pero siguen anclados a posiciones preconcebidas. En general, no aceptan la diversidad de opiniones y de sensibilidades; en el fondo no parece que quieran el diálogo.

Los partidos, aunque en diferente medida, en nombre de su identidad, del espacio político o de la ambición de sus líderes, hacen prevalecer sus propios intereses respecto al interés general. Es toda una contradicción y un mal ejemplo.

Para la población, esto es un ejemplo de interpretación negativa de los valores de identidad y libertad, pues la identidad la entienden como un sentimiento de enfrentamiento y de distinción excluyente y la libertad como falta de respeto hacia los demás. Una interpretación exactamente opuesta al espíritu positivo representado por la identidad y la libertad, que son las premisas democráticas sobre las cuales la propio política tiene que diseñar las reglas de la convivencia y velar sobre el respeto de la misma.

Libertad e identidad son valores democráticos universales en la base del verdadero progreso y están por encima de cualquier color político.

En esta época de transformaciones profundas, estoy seguro de que acabaremos asistiendo también a una transformación cultural de nuestros partidos políticos, que necesitamos que sean verdaderos ejemplos positivos. Sí, orgullosos de su historia pero contemporáneos, con una visión más amplia, más abiertos al diálogo constructivo y capaces de propuestas a la altura de los grandes desafíos que la humanidad es llamada a afrontar en este siglo.

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