Testimonios del coronavirus
Carta de dos mujeres: «El coronavirus se apoderó de nuestra familia»
«Nuestro tío Enrique murió en una habitación, solo y sin la opción a un respirador porque no había suficientes (...) Nuestro padre luchó durante veinte incansables días, pero nada salió bien»
La primera vez que oímos la palabra coronavirus nos sonaba raro, lejano o ajeno. Una palabra desconocida en nuestro vocabulario, pero el destino, la casuística o los planes de Dios quisieron que la dichosa palabra coronavirus se convirtiera en nuestra peor pesadilla.
Todo empezó a principios de marzo, cuando nuestro tío Enrique fue ingresado en el hospital Mancha Centro de Alcázar de San Juan por la complicación de una bronquitis. A los pocos días empezó a sonar la dichosa palabra coronavirus. Ya aparecía por los medios de comunicación. El miedo que empezó a respirarse entre los médicos y personal sanitario en general forzó un alta hospitalaria de mi tío , a mi juicio, demasiado temprana.
Llegó a casa bajo de oxígeno y sin fuerzas. Tenía que estar con oxígeno en el domicilio dieciséis horas al día y se suponía que mejoraría. La realidad fue otra muy distinta. Los síntomas empeoraron rápidamente y empezó con fiebre alta, mientras el oxígeno seguía bajando. En el centro de salud la única respuesta a nuestras llamadas pidiendo auxilio era darle potencia al oxígeno. El 15 de marzo fuimos de nuevo a urgencias al hospital porque se ahogaba.
Después de varias horas en unas urgencias ya caóticas, le dijeron que se fuera a casa. El 19 de marzo no aguantaba más , se ahogaba y lo recogió una ambulancia para llevarlo al hospital y nunca más regresar. Allí murió el 20 de marzo , en una habitación, solo y sin la opción a un respirador porque no había suficientes. Nada de velatorios, nada de despedidas . A las 8 de la mañana fue enterrado bajo la mirada incrédula de los pocos asistentes.
Entonces es cuando el coronavirus se apodera de nuestra familia. No terminó todo ahí. A los pocos días nuestra tía, madre y padre empezaron con fiebre, dolores musculares, diarrea, malestar general. El 31 de marzo, de forma muy silenciosa, mi padre notó presión en el pecho y sospechó que algo no iba bien. Nuestra madre llamó al centro de salud y en pocos minutos acudieron al domicilio. Solicitaron una ambulancia y decidieron que debía acudir al hospital.
Allí luchó durante veinte incansables días en la UCSI (ya que el hospital adaptó tres unidades más de UCI debido a la cantidad de pacientes que llegaban). A pesar de su valentía nada salió bien. El arcoiris se tornaba gris y las peores de las noticias llegó un 22 de abril a las 9 de la mañana, cuando nos llamó el médico para decirnos que nuestro padre no lo resistía. Pocas horas después falleció . No nos lo podíamos creer. Otro más.
Me gustaría mencionar la gran humanidad que demostró aquel doctor dándole la mano a nuestro padre para que no estuviera solo. Nunca lo olvidaremos, gracias, Miguel.
Otra vez volvíamos al cementerio. Esta vez tres personas y un sacerdote. No fueron más de diez minutos de despedida. ¿Merecido? Rotundamente no.
Como no era suficiente dolor y desolación, a los pocos días nuestra madre empeora. Empieza a tener fiebre de nuevo y manchas rojas por todo el cuerpo. No había palabras. Simplemente le dijimos: "Mamá, tienes que ir al hospital". Ella no quería. Le daba mucho miedo, pero como una campeona lo superó . A la semana de su ingreso pudimos ir a recogerla con su PCR por fin negativo.
Después de todos estos acontecimientos la palabra coronavirus entró en nuestras vidas para destrozarlas. Maldito seas, coronavirus.
* Gemma María Gallego de la Sacristana González Ortega y su hermana Mari Carmen viven en Herencia, Ciudad Real.
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