TRIBUNA
Una deuda generacional
He vivido toda mi vida en democracia –nací en 1975– gracias a una extraordinaria generación de líderes que tuvo a bien iniciar, desarrollar y consolidar una transición política e institucional
Pertenezco a una generación de españoles con una deuda histórica hacia sus mayores. No conozco la vida sin libertad de expresión y religión, no he vivido en otro sistema más que el democrático y del Estado de Derecho, en constante búsqueda de la igualdad, del progreso y bienestar social de todos los españoles. Vivo en una sociedad moderna y europea, en la que mis hijos tienen acceso a una educación, un sistema sanitario y unas infraestructuras al alcance de pocos países. Trabajo y compito en la sociedad de la meritocracia, en la que el esfuerzo de uno se recompensa con independencia de su origen. Me enorgullezco de pertenecer a una sociedad solidaria y abierta, con una inmensa red social que protege a los más desfavorecidos. Y cuando voy a votar, puedo elegir entre un ingente número de partidos políticos de muy diversa ideología.
He vivido toda mi vida adulta en democracia –nací en 1975– gracias a una extraordinaria generación de líderes españoles que tuvo a bien iniciar, desarrollar y consolidar en unos pocos años una transición política e institucional que causó asombro allende nuestras fronteras y fue, en muchos aspectos, ejemplar. La deuda de la generación nacida en los años 70 hacia estos líderes no es cuantificable.
Y por encima de todos ellos, por encima de Suárez, Calvo-Sotelo, González, Carrillo, Gutiérrez-Mellado, Pérez-Llorca, Herrero de Miñón, Roca o Solana, por nombrar unos pocos de un panteón de ilustres, destaca el Rey Don Juan Carlos. El primer paso hacia el país que tenemos hoy lo dio él; abrió el camino por el que los demás supieron caminar, de la mano, juntos. Don Juan Carlos contribuyó a aniquilar monstruos de nuestro pasado más reciente y a instaurar las leyes constituyentes de nuestro nuevo ser constitucional. Personalidades que supieron alejarse del pasado y mirar hacia el futuro, anteponiendo el interés de la comunidad a sus propias pretensiones.
En los años 90 estudiábamos las transiciones políticas de España, Portugal y otros países latinoamericanos y los politólogos destacaban siempre el ejemplo –el milagro– español. Recuerdo las conferencias de Santos Juliá y de tantos otros historiadores en la Complutense de Madrid y la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, los libros de periodistas e historiadores que ya por entonces relataban los sucesos acaecidos en aquellos años de vértigo y que se leían como novelas de aventuras con final incierto.
Puede ser que España estuviera irremediablemente abocada a transitar hacia Europa tras un siglo alejada de su epicentro, pero ello no era seguro y el camino a recorrer estaba plagado, como aquellos de Cavafis, de lestrigones y cíclopes, de momentos de gran peligro para las instituciones recién nacidas y para aquellos líderes en particular. El éxito no estaba asegurado, ni mucho menos.
Ojalá encuentre mi generación los instrumentos necesarios para acometer juntos los problemas del presente: desde las reformas institucionales, hasta la reactivación económica y transformación de nuestro sistema productivo, la mejora de nuestra educación o la atención debida a mayores e inmigrantes. Si miramos al pasado y a las brillantes cuatro décadas democráticas que llevamos –nuestro mejor momento– podremos ver algunas de las virtudes que iluminaron las acciones de los que entonces nos lideraron: la generosidad, la templanza, la lealtad institucional, la moderación y la capacidad de pactar, de convencer y no de imponer.
Hoy damos por sentado los beneficios del sistema en el que vivimos, que nuestros trenes y autovías vertebren el país, que nuestras empresas compitan en un mundo globalizado y que tengamos un sistema económico y financiero moderno dispuesto a afrontar la crisis del COVID-19. Nos parece natural que nuestro arte y cultura destaquen en la escena internacional y que nuestros deportistas cosechen éxitos sorprendentes en un país de 47 millones de habitantes, pero nada de esto era previsible el año de mi nacimiento. Llegan años difíciles, pero parece indudable que nuestro sistema institucional y económico está mejor preparado para afrontar esta crisis que lo hubiera estado hace solo unas décadas.
La generación nacida en los años 70 tiene una enorme deuda con personalidades de muy distintas ideologías y trayectoria, que supieron unirse por el presente y futuro de este país y sus ciudadanos. Entre todos ellos destaca la figura del Rey Juan Carlos, pionera de las cuatro mejores décadas de nuestra historia. La corona, hoy personificada por Felipe VI y su absoluta ejemplaridad, continúa vertebrando la España de hoy y del mañana. Con gratitud.
* Gaspar Atienza es abogado.