Ganas de molestar
Un abuso perseguir la exitosa educación concertada por fijación ideológica
La historia de mi familia es la de tantas otras. Cuando mi padre con su esfuerzo ganó dinero partiéndose la cara con las olas del Gran Sol, lo primero que hizo fue enviar a sus mocosos de parvulario al mejor colegio de la ciudad. Él era más bien agnóstico, tiraba a socialista y detestaba el nacionalismo. Pero desde luego no miraba el mundo con orejeras. Tenía la cabeza abierta y simplemente quería que recibiésemos la mejor educación posible. De mutuo acuerdo con nuestra madre, se asesoró, y cuando les dijeron que un centro católico era el más prestigioso de La Coruña, allá nos mandaron. Mis padres actuaron exactamente igual que hacen muchas familias musulmanas en la Inglaterra actual: buscan que sus vástagos tengan éxito en la vida y por ello los envían a escuelas católicas. Saben que esos colegios descuellan por sus éxitos académicos y por los valores cívicos que inculcan. En el Reino Unido tienen fama de formar a seres humanos que luego, de adultos, logran transitar por el carril más soleado de la vida.
En España casi dos millones de alumnos estudian en colegios católicos, un cuarto del total. ¿Por qué? ¿Lanzan agresivas campañas de telemarketing los jesuitas, dominicos, salesianos y maristas para convencer a unos padres reticentes? ¿Publican anuncios por doquier sobre las bondades de sus centros? ¿Presionan a las familias desde los púlpitos? Nada de eso. En realidad existe más demanda que oferta, porque los padres saben que la calidad de esa educación supera la media española (amén de que en España el 69% de la población se declara espontáneamente católica, según el último CIS, por lo que muchas familias ven consecuente y les agrada que a sus hijos se les inculquen esos valores, que son además los que han forjado Europa). Por último, para el Estado la educación concertada supone un gran negocio, pues sus plazas le cuestan la mitad que las de la escuela pública.
Estamos hablando de una historia de éxito absoluto, que cuenta con un enorme respaldo popular. Entonces, ¿por qué Sánchez y su esotérica ministra Celaá han puesto a la concertada en la diana? Pues por un puro prejuicio ideológico. No pueden soportar que millones de niños se formen en un modelo donde no impera el único catecismo que consideran correcto y aceptable: el progresismo laicista. Lo que late detrás de su iniciativa es algo muy visceral y bastante repelente: intolerancia y aversión ideológica al catolicismo (no tienen problema alguno con las mezquitas, a pesar de que muchas chocan de bruces con el supuesto feminismo de este Gobierno).
Existen ocasiones en que una sociedad no debe callarse. Resultaría conveniente dar la batalla dialéctica, política e intelectual contra un abuso sectario, que se agrava al ser cometido por un presidente eventual que ni siquiera ha ganado las elecciones. La causa de la educación concertada debería ser secundada por católicos y no católicos, porque en juego está algo irrenunciable: la libertad de pensamiento en España. Ni más ni menos.