Perfil del aire
Sacrificar al Rey
Uno de los tres o cuatro mejores reyes de la historia de España está dilapidando una obra maestra, la Transición

«La vida de una persona consiste en una serie de acontecimientos el último de los cuales podría incluso cambiar el sentido de todo el conjunto, no porque cuente más que los precedentes, sino porque una vez incluidos en una vida los acontecimientos se disponen ... en un orden que no es el cronológico, sino que responde a una arquitectura interna». ¿Cuántos años hace que leímos esta frase de Italo Calvino? Su libro «Palomar» es, además de una virguería estructural que trasciende el ensayo o la novela, un compendio de sabiduría asentada en la observación de la vida. De ahí el título que funde al observatorio con el apellido del hombre que protagoniza la obra y que se dedica precisamente a observar la realidad: Palomar.
«Cómo aprender a estar muerto» se titula ese último capítulo donde Calvino se hunde en una de las tareas que el hombre que quiera superarse a sí mismo debe acometer. Morir es cerrar la vida del todo. Ya no se puede intervenir con un hecho que pueda cambiar el pasado y darle un significado distinto al que tenía. Eso es lo que le ha pasado a Juan Carlos I. Uno de los tres o cuatro mejores reyes de la historia de España está dilapidando una obra maestra, internacionalmente reconocida en su difícil momento, que se conoce con el nombre de Transición.
En «Los adioses», una novela tan profunda como desconocida, Onetti define a una mujer con otra de esas frases que no se olvidan: para describirla harían falta cuatro o cinco adjetivos, todos contradictorios. Tal vez ahí esté la clave de lo que ha pasado con la figura colosal de un Rey que ha provocado lo más doloroso que puede hacer un hijo: renegar del padre. Juan Carlos I es, ahora mismo, un hombre contradictorio que pilotó uno de los procesos más acertados de la historia de nuestro país, y que está sumido en unos asuntos que nada tienen que ver con la ejemplaridad que siempre debería acompañar a la Corona.
Esa contradicción es la que atormenta a los monárquicos que se pusieron a su servicio, y al pueblo español en general que llegó a convertirse en juancarlista a pesar de su poca o nula devoción por la Monarquía. Uno recuerda aquellos años dorados, aquella época que tuvo su momento más heroico en la noche del 23 de febrero. Ahí estuvo el Rey a la altura, y el pueblo se lo agradeció con un cariño y una entrega que lo convirtió en el símbolo de la concordia, de la unión de todos los españoles de bien. Sin embargo, todo eso se puede venir abajo, de forma tan injusta como inevitable, en esta sociedad líquida que tiende al virus de la demagogia que todo lo corroe y todo lo derriba para que pueda nacer un régimen nuevo de las cenizas del pasado.
Siguiendo la tesis de Calvino, don Juan Carlos no aprendió a estar muerto en el sentido institucional tras la enorme tarea que acometió con éxito indiscutible. Estropeó con su vida privada la hercúlea labor de su vida pública. Y su hijo no ha tenido más remedio que hacer lo que nunca hubiera querido: sacrificar al Rey para salvar la Monarquía. Sacrificar al padre para salvar a su hija.
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