Perfil del aire
Gistau
Lo escrito se ha quedado para siempre en el papel que envuelve las sardinas

La luz convaleciente de febrero, como diría Garci improvisando otro endecasílabo que encierra la sombra del reverso de la vida, se apagó en el portátil del cronista. Enmudeció la tecla que encendía la pantalla sin letras, sin historias. Resuelta la ecuación de la agonía, el ... guerrero descansa en ese tálamo ajeno a la derrota y la tristeza. El tiempo como un soplo decadente recurre al humo gris de los pabilos. La muerte ya no tiene quien le escriba con los guantes de seda que escondían las manos del pianista avergonzado. Los lentos teletipos que no existen repican en un bronce sin campanas. La noche del domingo es lo más triste que España pueda echarse a las espaldas. La muerte no es un tema literario: ajusta los horarios y las cuentas, y sella el pasaporte hacia la niebla. Y todo porque ha muerto un periodista.
La prosa se quedó en los anaqueles, la tinta no se moja ya en la sangre, ni el fuego del instante aviva el texto escrito en los andenes de los bares. Ha muerto aquella prisa que se aviva en el reloj del cierre que apresura los dedos en las teclas del abismo. Lo escrito se ha quedado para siempre en el papel que envuelve las sardinas, o en esa hemeroteca del olvido que ofrece la memoria de un pasado tan frágil como el hilo del futuro. La crónica envejece, mas perdura el brillo natural de la sintaxis, el canon decadente de una línea, las clara exactitud de la metáfora. Entonces la columna se libera del yugo que le impone la noticia. Y todo se convierte en esa forma que algunos llamarán literatura.
El púgil se enfrentó con el rival que reposa en la báscula del miedo: el k.o. siempre viene del espejo. Con barba de cuidado desaliño, pantalones caídos de muchacho, tan clásico en la prosa del rebelde, tan nuestro en esa envidia que tejían sus enemigos fieles, tan leales. Nos deja en los periódicos la fuente, y en sus libros el deseo de ser el escritor que nunca deja el ring. Escuchen: antes muerto que cobarde. Corresponsal de guerras junto al fuego que no es el del hogar aburguesado, la aspiración del padre de familia que llevaba grabada en sus omóplatos como un tatoo de tinta ensangrentada.
Te has ido para siempre y tú lo sabes. El mundo no te extraña en la mañana radiante del febrero sevillano. Viviste en la ciudad de los poetas, en el barrio que un día fue mi infancia. Lo hemos perdido todo menos esto: el afán por leer lo que escribimos, por escribir aquello que ha pasado para enmendar la máxima de Heráclito. Ya nunca beberás el mismo güisqui con hielo y con amigos en un bar abierto a las entrañas de la noche. Ni dejarás propinas sin sonrisa: lo cursi te da miedo hasta en el sitio que ocupas, compañero, tan temprano.
Maestro de los viejos del oficio, reviertes los relojes en la arena que cae prematuramente al suelo. Que la tinta te sea leve, dicen los que quedan después de la batalla que has librado sin tregua contra el cráneo privilegiado, roto por los ángeles negros que te escribían las columnas. Tómate un dry martini con Alcántara, que llorar es lo nuestro, no lo tuyo.
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