Tribuna abierta

Felices sin camisa

Federico Romero Hernández

Han querido convertir “izquierda progresista” en un mantra inamovible y definitivo. Sí, fue verdad que, hubo un tiempo, en que era admisible esa relación, siempre que no fuera excluyente de otras formas de progresismo, aplicables a otras ideologías y actitudes. Un mantra pretende establecer una especie de pensamiento circular, que el sánscrito exportó con éxito por su probada fuerza psicológica. Pero no podemos aceptar la trampa de esa apropiación, considerando indiscutible que el progreso sea un valor en sí y que, sobre todo, se patrimonialice en beneficio de una determinada clase política en una clasificación cada vez más obsoleta. Y hacerlo para tratar de arrinconar los evidentes valores de nuestra transición hacia la democracia me parece no solo injusto, sino peligroso y perverso.

La Transición se gestó en España durante bastante tiempo y desde muchos ángulos. Tuve la suerte de que en 1955 me concedieran una beca para estudiar los veranos en la Universidad Hispano Americana de la Rábida, donde confluían algunos de los mejores expedientes académicos de las universidades españolas. Allí conviví con profesores y compañeros que luego desempeñaron papeles relevantes en la política y, en general, en la sociedad, después del tránsito al actual régimen. Aunque, como siempre, había quien trataba de colorear las pertenencias, lo cierto es que un requisito esencial del grupo humano que componíamos era la capacidad de expresarnos en libertad –difícil en otros ámbitos- a la vez que respetábamos y tratábamos de comprender las posiciones ajenas. Justo es decir que ese era el espíritu que trataba de imbuir y preservar el Catedrático de Historia Universal Moderna y Contemporánea: Vicente Rodríguez Casado. De ese espíritu decía otro ilustre historiador, Luis Suarez, lo que sigue, en un voluminoso libro coral sobre este tema: La Rábida no es un lugar, ni unos edificios, ni siquiera una institución: es una capacidad de diálogo para el entendimiento. No se perseguía con este diálogo ningún consenso. Nadie pretendía que, renunciando unos a una parte de sus convicciones, y los otros a otra magnitud semejante, llegara a construirse un programa común. Simplemente no había programa. La Rábida era dueña de la “la camisa del hombre feliz” precisamente porque no tenía camisa. Aunque muchos, que no la entendieron, se empeñaran en ponerle una. Cabían pues allí: gente afiliada en secreto al partido comunista, liberales, conservadores de derecha, social demócratas sin saberlo y apolíticos sin definir. Lo que sí teníamos en común era una actitud dialogante y un talante moderado y no por ello sumergidos en la tibieza. Sin embargo, después de la transición se ha venido instalando una partitocracia en la que importan más las inquebrantables adhesiones, que la evaluación de los programas, en la que el disimulo de los escándalos por corrupción y el reparto de culpas, prima sobre la tajante determinación de cercenarlos definitivamente y, lo que es peor, en la que, el sanchismo gobernante, condicionado por la atadura de sus imprescindibles aliados para el poder, tolera la política del adoquinazo como medio de disidencia anti-democrática, recordando así anteriores etapas históricas que más vale olvidar.

En un excelente artículo de Carrascal, en la tercera de ABC, sobre la España de hoy, con cuyo contenido estoy de acuerdo casi en todo, disiento si embargo respecto de la aceptación y tolerancia de la ciudadanía ante el panorama descrito. Ya soportamos cada uno nuestra particular catarsis, por la difícil repercusión de la alarma de nuestras apagadas voces.

No acabo de discernir si la violencia desarrollada en los mítines de Vox, favorece a dicha formación política, integrándose así en la maquiavélica tarea de división de la derecha por parte de sus oponentes, o, por el contrario, conducirá al entendimiento de los moderados en un más amplio centro. En todo caso lo que sí debe quedar claro es que, nuestra democracia, necesita un responsable golpe de timón, por parte de nuestros dirigentes políticos, que corrija las desviaciones conducentes a regresar al clima que propició la tragedia de nuestra pasada guerra civil. Y si de ello no se dan cuenta unos y otros, que, por favor, no demos por bueno el reiterado sintagma de la “izquierda progresista”. El progreso no consiste en reavivar los errores del pasado, sino en recuperar los valores que integraron la Transición española, limando algunos de sus errores. Tiene actualmente la sociedad española elementos suficientes para un alentador progreso al salir de la pandemia. Y si ello lo impide un sector, que se llama de izquierda, sustituyamos el mantra antes dicho, por el de “izquierda regresista”. Y que los felices ciudadanos corrientes podamos seguir sin camisa.

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Federico Romero Hernández fue Secretario General del Ayuntamiento de Málaga y Profesor Titular de Derecho Administrativo

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