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Éxito y fracaso
Lo que ha venido alimentando el secesionismo es la debilidad de los sucesivos gobiernos
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«Nada tiene más éxito que el éxito», dicen los norteamericanos, que le tienen levantado un altar. A lo que podría añadirse: «Ni nada fracasa más que el fracaso». Lo estamos viendo en Cataluña, donde el fracaso es general, de hombres e ideas. Acaba de ... confirmarlo el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat al ofrecernos su última encuesta, que arroja la mayor disminución (7 puntos casi) de catalanes partidarios de la secesión desde que iniciaron su reciente apuesta independentista. Alcanzó su cúspide (49,4%) al anunciarse el referéndum de 2017 y se ha quedado hoy, tras el juicio del procés, en 41,9%. Más significativo aún es que quienes defienden un Estado independiente catalán bajan al 33,6%, el nivel de 2012. Lo que desenmascara la gran mentira de los independentistas de representar al entero pueblo catalán, aunque los más moderados los dejan en la mitad. Cuando, según cifras de la Generalitat, son sólo un tercio. Algo que no deberíamos nunca olvidar.
Puestos a descifrar el trasfondo de esas cifras nos encontramos con una realidad puede que aún más importante para la evolución e incluso solución del conflicto. Es artículo de fe no sólo del secesionismo sino también de los que, llamándose constitucionalistas, apoyan sus tesis que «una actitud firme del Estado español crea independentistas», esgrimiendo como argumento que «siendo estos un 20% al comienzo de la democracia haya alcanzado la paridad en el momento actual». Lo que, aparte de una mentira, como acabo de demostrar, es una infamia, pues son muchos más los catalanes que se oponen a la independencia. ¿Cómo se explica entonces su indudable crecimiento en los últimos años? Pues por la razón contraria a la que se esgrime: lo que ha venido alimentando el secesionismo es precisamente la debilidad, las concesiones y licencias que los sucesivos gobiernos españoles han tenido con él. Fueron los gobiernos PSOE y del PP los que vendieron por un puñado de votos la primogenitura de la soberanía sobre aquella parte de España y alimentaron el hambre independentista, al mismo tiempo que hacían creen a muchos catalanes en la materialización de su sueño. Lo confirmó una de ellos, Clara Ponsatí, hoy en Inglaterra bajo orden judicial de busca y captura, al reconocer que iban de farol: «Creíamos que el Gobierno español no iba a reaccionar ante nuestra declaración unilateral». Se creían impunes y actuaban como si lo fuesen. El tribunal que los juzgó habló, magnánimamente, de «ensoñaciones». Pero eran ensoñaciones que pretendían convertir a dos tercios de los catalanes en ciudadanos de segunda y se derrumban al fracasar.
Bastó que el Gobierno español se decidiera a salir al paso de tal intento para que la realidad volviera a imponer su ley de hierro. El mejor ejemplo nos lo da Piqué, nacionalista confeso y excelente defensa. Para su Torneo de primeras raquetas del tenis ha elegido como sede Madrid, no la Barcelona de las calles ardiendo, las estaciones ocupadas y los aeropuertos cerrados. Espero que tenga mucho éxito y seguidores. Y que no le silben en el Camp Nou.
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