David Gistau - LLUVIA ÁCIDA
Eviva España
La fascinación por España del romanticismo alemán, resumida en los viajes anhelantes de pureza bárbara de Rilke, experimenta un segundo episodio cuando, alboreando ya la época del burro-taxi, distintos letristas luteranos hacen el descubrimiento de Manolo Escobar. Esto supone el hallazgo del himno que acompañará la siguiente expansión de los hijos de Sigfrido, la del turista durante el desarrollismo. Si el alemán marchó a Rusia prometiendo llamas con «El canto del diablo», al chiringuito se vino cantando «Que viva Spanien». O «Eviva España», pues así, con esta errata en el título, salió la versión flamenca –flamenca de Flandes–, cantada por Samantha, por culpa de la cual al norte de Francia aún es difícil encontrar románticos que den vivas a España sin agregar, como si fuera un apéndice extirpable, esa e intrusa.
Guardiola tendría que haber correspondido al cliché marcándose un zapateado con sombrero cordobés
Me encantaría creer que los naturales de Baviera tienen una sutil concepción florentina de la venganza. Y que por eso se desquitaron de la fuga de Guardiola, que los abandona sin Copas de Europa flamantes y encima se pasa a Inglaterra, colocándole ese «Eviva España» que hizo las delicias de los bávaros que ya fantasean con el veraneo botijero, pero que para el Pep debió de constituir una tortura tan lacerante como la que sufrió Álex en «La naranja mecánica» cuando lo ataron delante de una pantalla con esparadrapo en los párpados. Para un independentista, la idea del infierno ha de ser una eternidad con unos auriculares puestos en los que suenan porrompompero, «Que viva España» y el Chunda Chunda sin pito para silbar. Tortura sónica como en Guantánamo.
Pienso, sin embargo, que los naturales de Baviera son personas frontales y sin meandros tramposos en la personalidad. Todo «tackling» y saltos al choque, sin una predisposición cultural a los piscinazos en el área. Por tanto, el homenaje y el cariño eran sinceros, y la elección de la sintonía elegíaca fue accidental. Un error protocolario. Pero a Guardiola se le desmoronó de pronto todo el sofisticado personaje poético e independentista, urbano y «fashion», mirada interesante y cárdigan, que se ha esmerado en construir, cuando descubrió que, después de tres años de convivencia, sus vecinos bávaros no sólo lo consideran español. Además, un español de chiringuito cuya única presencia basta para convertir una reunión de alemanes en un bar de playa en el Arenal de Mallorca. Guardiola tendría que haber correspondido al cliché marcándose un zapateado con sombrero cordobés o combándose para simular la bizarría de un banderillero. ¡Olé!
En favor de Guardiola, hay que admitir que la elección musical de su despedida revela que, durante los tres años vividos en Baviera, no dio la tabarra haciendo proselitismo del pequeño país ahí arriba. Y, si la hizo, nadie lo comprendió. Lo cual, por cierto, es más o menos lo que le ocurrió con el tiqui-taca, ese otro cliché folclórico que se ha convertido en el «Eviva España» de la acepción futbolística.