Luis Ventoso - VIDAS EJEMPLARES

Oh: ¡El esfuerzo!

La primera ministra británica esboza su revolución educativa

Luis Ventoso

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Al ser más viejo que Iglesias y Errejón (aunque no tanto como el admirable profesor Monedero), me dio tiempo a ver en persona la maravilla que era el comunismo europeo. Llegado el viaje de paso del ecuador de la carrera, a algún fenómeno se le ocurrió elegir ¡Yugoslavia!, y allá fuimos. El país se veía taciturno y anticuado, a pesar de que el mariscal Tito había armado una de las satrapías marxistas más abiertas. Por entonces se permitían incluso modestos experimentos de libre mercado, como bares estatales y bares privados (lo único que aprendimos del idioma local fue a pedir las birras: «Pivo»). A golpe de «pivo» efectuamos un exhaustivo trabajo de campo, que nos llevó a una conclusión inapelable: las tascas privadas eran mucho mejores que las estatales. Pese a la nebulosa farrera, allí me cosqué del fallo fundacional del comunismo: las personas hacen las cosas mejor cuando tienen un aliciente personal y/o son suyas.

¿Por qué no acaba de funcionar bien del todo la administración? Pues porque en el fondo viene a ser un régimen comunista. No hay premio para los mejores, ni castigo para el que se abanica, salvo que cometa una inmensa barrabasada. Aunque existen formidables excepciones, en general el sistema funcionarial invita a entregarse lo justo, sin liarse. Pero cualquiera que haya caminado por la vida habrá percibido dos verdades: 1.- Cuando las personas se esfuerzan más, las cosas salen mejor y el colectivo acaba beneficiándose. 2.- No existe ninguna historia de éxito (de Amancio Ortega a una taberna de barrio siempre abarrotada) que se haya logrado sin un notable esfuerzo personal.

En España, el esfuerzo y la responsabilidad no están de moda. Al revés. Lo que proponen Podemos y tocomochos similares es una gran igualación a la baja: el Estado nos blindará a todos, al margen de lo que nos esforcemos. Es más, quienes se apliquen mucho y acaben reuniendo cierto peculio, serán breados a impuestos.

Según se supo ayer, Theresa May prepara una revolución educativa: se propone recuperar las llamadas «grammar school», escuelas de secundaria prohibidas por Blair en 1998, en un raro rapto de laborismo. ¿Y cuál era el problema de las «grammar school»? Pues que aun siendo escuelas estatales, presentan una peculiaridad: una prueba de acceso a los once años, que hace que solo puedan estudiar en ellas los alumnos más brillantes y/o más esforzados. May, que no es de estirpe patricia como Cameron, sino la simple hija de un vicario, estudió en una de esas escuelas públicas de excelencia. Fue la ruta que le permitió llegar a Oxford sin ser una niña bien, por eso ahora quiere recuperarlas, porque considera que facilitan «la movilidad social», que los de cuna baja que valen tengan las mismas opciones que los de alta cuna.

Su planteamiento me parece más progresista que igualar a todo el mundo en la molicie y la medianía, frustrando las posibilidades de los que quieren ir a más. Pero sin duda soy un friki que no ve La Sexta todo lo que debe.

P. D. Ojalá Rajoy, Sánchez y Rivera estuviesen debatiendo sobre este tipo de asuntos, que marcan el futuro de una nación, en vez de jugar al tute cabrón mientras desatienden a los españoles.

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