Cambio de guardia
Encefalograma plano
Es el momento ahora de hablar de Estado; no de gobierno. De nación; no de partidos

Los gurús mercadotécnicos de la Moncloa fallaron. Es lo suyo. Todos sabíamos -y así lo escribí aquí- que estas elecciones no servirían para nada. Todos. Menos ellos. Ha habido deslizamientos dentro de cada bloque. Y los dos bloques quedan intactos. Y España, ingobernable. No hay ... sorpresa. Porque el bloqueo electoral es síntoma del desajuste entre una sociedad mutada y unas instituciones fósiles. Un ciclo se ha cerrado.
No hay ciclo que no acabe: ningún drama hay en eso. Criaturas del tiempo como somos, todo lo que alumbramos pasa. Aristóteles lo cifraba en un escueto hallazgo de su De la generación y corrupción: la muerte es síntoma de vida, muere sólo lo que vive; e inmortal vendría a ser, así, sinónimo de muerto. Un ciclo que se cierra habla, primero, de una corriente de vida que se completó en el tiempo. Habla, después, de la apertura a la vida que vendrá. No es pesaroso cerrar un tiempo; lo es no saber cerrarlo. Y lo trágico no es morir; es arrastrar un cadáver. Sufrimos aún más a causa de los muertos que a causa de los vivos. Nunca somos del todo los contemporáneos de nuestro presente.
El ciclo constitucional que se abrió en 1978 se está cerrando. Cuarenta años son muchos para una constitución. Más, en tiempos como éstos, marcados por una mutación vertiginosa. A quien recuerde lo que era España -lo que era el mundo- en 1978, verse hoy regido por normas políticas acuñadas entonces, no puede sino moverlo a la melancolía. Estos cuarenta años han trastrocado nuestro universo; nos han trastrocado, pues, a nosotros. Actualizar los códigos de juego es hoy una exigencia. Inaplazable.
Constatar eso nos debería dar la ocasión de armar un modelo nuevo. Empecinarnos en repetir el mismo (¡4 elecciones generales en 4 años!), sería condenarnos. Inexorablemente. No se trata siquiera de abrir un ciclo constituyente; ya está abierto, en la medida misma en que el poder constituido no genera hoy más que desafecto y abre en el ciudadano la tentación de lo peor, la tentación de añorar aquel sórdido pasado que algunos juegan a revestir de absurdo prestigio.
Es de supervivencia salir de esta suicida ausencia de gobierno. Y eso, no nos engañemos, sólo podría ser puesto en marcha por una gran coalición que, encabezada por los dos partidos mayoritarios, llamase a todos a reconstituir la nación por encima de anacrónicas mitologías de «izquierda» y «derecha». Si PP y PSOE no entienden que sólo ellos pueden poner en marcha ese crucial envite, entonces todo naufragará sin remedio.
¿Existen otras combinaciones? Claro. Todas ellas inestables. Gobernar con los golpistas catalanes es haber apostado ya por destruir la nación. Una alianza del PSOE con UP sería coexistir con presupuestos explícitamente totalitarios. Un gobierno monocolor de Sánchez desembocaría en nuevas elecciones anticipadas… Y así, una vez y otra. Hasta el encefalograma plano.
Falló el imperio de los asesores listos. Es el momento ahora de hablar de Estado; no de gobierno. De nación; no de partidos.
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