Emily y Jane

Compartieron su pasión por la literatura, a la que dedicaban su exquisita sensibilidad

Pedro García Cuartango

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Tal día como ayer, el 30 de julio de 1818, vino al mundo Emily Brontë, la autora de Cumbres borrascosas, una prodigiosa novela que narra el amor imposible entre el salvaje Heathcliff y la bella Katherine. El libro ha inspirado trece versiones cinematográficas, entre las que destacan las de William Wyler y Luis Buñuel.

Pocas escritoras han reflejado las pasiones humanas como Emily, que murió a los treinta años tras haber publicado esta obra maestra con pseudónimo masculino. Jane Austen también consiguió la impresión de La abadía de Northanger, su primera novela, bajo la falsa rúbrica de un hombre. Austen falleció a los 41 años, doce meses antes de que naciera Emily, dejando creaciones tan imperecederas como Emma y Sentido y sensibilidad.

La literatura de ambas ofrece muchas similitudes, pero además sus vidas son asombrosamente parecidas. Nacieron en la Inglaterra rural en el seno de una familia numerosa, eran hijas de pastor anglicano, se quedaron huérfanas, estudiaron en colegios que tuvieron que abandonar para no ser contagiadas de tuberculosis, fueron ávidas lectoras, permanecieron solteras hasta el final de su vida y dedicaron su juventud a cuidar hermanos y sobrinos.

Las dos han entrado en el panteón de los grandes escritores ingleses, al igual que Charlotte Brontë, hermana de Emily, que también murió soltera y dedicó su existencia a la literatura. Charlotte es la autora de Villette y Jane Eyre, otra novela llevada al cine y la televisión.

Emily y Jane Austen llevaron vidas aparentemente anodinas y rechazaron pretendientes al matrimonio. Eran extraordinariamente tímidas y discretas y ambas optaron por refugiarse en el anonimato de las rutinas familiares. Pero compartieron su pasión por la literatura, a la que dedicaban su exquisita sensibilidad. Emily cuidaba a su hermano enfermo y aprovechaba las noches para escribir. Jane residía en la casa rural de su hermano mayor y apenas se relacionaba con el mundo externo, aunque era una increíble observadora.

Pocos escritores han penetrado en los secretos del corazón humano como estas dos mujeres de costumbres austeras y puritanas, que probablemente jamás tuvieron relaciones carnales con los hombres. Sin embargo, no conozco a nadie que haya diseccionado con tanta profundidad la complejidad de las pasiones como estas dos novelistas, con un talento tan sobresaliente para urdir complejas tramas y trazar la psicología de sus protagonistas.

La gran paradoja es que nadie ha hecho más por plasmar los sentimientos de las mujeres que Emily y Jane, que, bajo la apariencia de sumisión a unas rígidas normas de convivencia, muestran el fuego que late en el interior de sus personajes femeninos, que es siempre un desafío a los estereotipos establecidos y un grito de inconformismo.

Las feministas actuales deberían homenajear a estas dos escritoras que reivindicaron la autonomía de la mujer y demostraron que eran almas libres y sin ataduras. Jamás renunciaron a ser como eran en un mundo donde ninguna de ellas pudo ser feliz.

Emily y Jane

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