Rosa Belmonte
Elefantes
Que el ministro de Hacienda cayera bien es un mérito que hay que reconocer a Margallo
Manuel Otero, juez de lo Social de Córdoba, llamó burros a los políticos varias veces en una sentencia. Y pidió perdón a los burros. Era una sentencia en la que daba la razón a un empleado municipal que había sido suspendido de empleo y sueldo por hacer lo que le decían los políticos. José Manuel García-Margallo, cuenta un medio digital, se ha llevado un disgusto con su último libro porque su director de gabinete le da un rejón en el mismo. Ni que decir que lo que también da es toda la impresión de no haberlo leído. Su propio libro. Un tochazo. Y escribir ha escrito en todo caso la mitad porque son cartas y su contestación. Pero incluso la mitad es mucho para un ministro en ejercicio que debería estar trabajando (y poco importa que haya aprovechado el tiempo de los aviones). Cuando ves «El ala oeste», además de comprobar que la más oscura secretaria es más lista que ninguno de nuestros presidentes del Gobierno (y cuento desde Carrero Blanco al último), te pasmas con la laboriosidad de una gente que casi no duerme mientras está en el cargo. Aquí la cosa debe de ser distinta, al menos por el tiempo que Margallo parece tener para escribir libros de más de 800 páginas. En sus jotas de picadillo con Montoro, se vanaglorió de no ser ágrafo y de publicar uno todos los años. El último, «Todos los cielos conducen a España: cartas desde un avión» (Planeta). 816 páginas. Epístolas que él manda y que le contestan Aznar, Felipe González, Shlomo Ben-Ami o su jefe de gabinete, Juan José Buitrago, que en la respuesta fechada el 16 de julio de 2015 lo pone como hoja de perejil. Lo acusa de ser más ministro del Interior que de Exteriores (con Cataluña) o de presionar a los diplomáticos. Lo mejor es que Buitrago era el encargado de supervisar la obra, así que como Juan Palomo se supervisó a sí mismo.
La cantante británica Adele tuiteaba borracha y su representante le tuvo que poner dos personas que leyeran sus tuits antes de publicarlos. Por si acaso. Margallo no ha puesto dos a guardarle las gallinas (las galeradas). Y el uno, Dios le bendiga, ha contribuido a hacer todavía más jocoso al personaje. Tan graciosamente fatuo que sólo le falta aspirar rapé mientra habla del no exótico artículo 155, que tan mala rima tiene. O mientras dice aquello de «Yo presido el mundo en este momento» como James Cagney al final de «Al rojo vivo». Las peleas de sainete con Montoro consiguieron lo imposible. Que el ministro de Hacienda cayera bien, al menos en la comparación con el otro (eso es un mérito que hay que reconocer a Margallo). Aunque Esperanza Aguirre no estaría de acuerdo con eso. Ni con poner a Cristóbal Montoro en la lista de Madrid. Rajoy ha puesto a su ministro de Exteriores de número uno por Alicante al Congreso para las elecciones del 20 de diciembre. Colocado. Si te pica el alicante, llama al cura y que te cante.
Mientras estaba Wert en el Gobierno, Margallo destacaba menos. Pero ahora es como Mata Hari suelta bailando en los salones de los ricos de París (siempre y cuando Jorge Fernández no le haga sombra). La legendaria espía entró en el jardín de una millonaria americana casi desnuda y sobre un caballo de circo alquilado que iba cubierto con un manto azul turquesa. Pero la idea inicial de Mata Hari era haber entrado sobre un elefante. La millonaria pensó que mejor el caballo. Que el elefante sería difícil de controlar porque luego iban a servir té y galletas. Rajoy pone el té con pastas en su salón gubernamental, llegan estos elefantes y lo tiran todo. Pero parece que le dé igual.